miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tan insustancial, tan blue

Es madrugada y el frío es un aliado intermitente. Después de los cigarros y las risas y la cerveza y los amigos regresa a casa para darse cuenta que sigue solo. Que no hay un mensaje trasnochado esperando en el velador ni una última llamada como bote salvamadrugadas. Está solo y sus pasos hacia la cocina reverberan por entre las paredes indiferentes que duermen abrigadas por el cuadro de una niña leyendo una carta y un reloj rectangular con Jesucristo mirando el minutero. Ya van a ser las tres. Comprueba entonces que hay ocasiones en las que ni los libros de guerrilla o una tele con insomnio son suficientes para refutar la falta de alguien, de algo, de alguna. Ojalá me duerma pronto, piensa antes de rozar con los dedos manchados de nicotina una ausencia que sigue dándole la espalda. Intenta conversar con una sombra pero apenas recibe monosílabos compasivos como respuesta y será para mañana cuando todo mejore o empeore da lo mismo si falta alguien, algo, alguna. A veces el pesimismo es lo más consecuente por lo menos hasta que el cansancio se reponga y haga su puto trabajo de una vez y por todas y para siempre. Dormir. Olvidar. Todos los clichés de una tristeza que asoma los dientes cuando no hay más cigarros ni risas ni cerveza y los amigos ya dijeron chau.
En la pantalla un hombre domina a cien mil hombres con la batuta de su mano y la imposición de una voz eterna. Hay personas que no deberían morirse nunca. Hay madrugadas que deberían saltarse con control remoto. Y volver a sonreír entonces. Y volver a fingir que todo está bien.
Que amanezca, por favor.

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