martes, 15 de septiembre de 2009

Stone Cold Johnny

La noche serena y la luna iluminando parcialmente un bosque en cuyo corazón reposa una pequeña taberna. No hay más ruido que el de los insectos en su sinfonía noctámbula y el viento que ondea las hojas de los árboles adormecidos. De pronto, el delicado cristal de las horas calmas se rompe por el estruendo de metralletas y fusiles que destruyen todo a su paso. Al centro de esa anarquía de balas, gritos y persecuciones está John Dillinger, una suerte de Robin Hood de los años 30 cuya vida giró en torno a un solo propósito y una sola ley:

- ¿qué es lo que tú quieres, Johnny?
- Todo. Ahora

Desde La ley del hampa (Underworld, 1927), de Josef von Sternberg, el cine ha estado repleto de películas sobre gansters, historias de hombres viviendo en el destello peligroso de una navaja. El género ha dado obras maestras como El Padrino o Caracortada aunque en los últimos tiempos ha sido proclive a bodrios que abundaban en clichés ahí donde faltaban buenas ideas. Pero Michael Mann -un cineasta experto en crear situaciones de confrontación extrema donde polos opuestos no tienen otra salida que buscar en aniquilamiento total del bando contrario- logra con Enemigos Públicos (Public Enemies, 2009) acaso la mejor película de gansters de la década gracias a una revisión de los cánones de la época dorada del género: la dualidad del ganster -irrespetuoso de la ley pero fiel a sus convicciones- los secuaces y el respeto casi religioso a su líder, la policía como un ente torpe pero decidido y una ciudad temeorsa y enamorada al mismo tiempo del mito de un bandolero reivindicador. Elementos clásicos del cine gasnteril que, sin embargo, son presentados con una apuesta visual desafiante.
Ya desde Collateral Mann empezó a explotar las posibilidades del cine digital, apuesta que duplicó en la incomprendida adaptación de Miami Vice y que en Enemigos Públicos lleva al límite con resultados impactantes. Pero no se trata de un simple reemplazo del celuloide sino en el talento del director y su equipo para aprovechar las texturas que ofrece la tecnología y ponerlas al servicio del anarquismo imperante en la cinta. Así, tanto los primeros planos como las tomas abiertas, están filmados en constante movimiento como si la cámara -más que testigo lejano de la historia- fuese un cómplice de Dillinger y su carrera vertiginosa contra el tiempo y su propia necesidad de peligro.
Un Dillinger -retratado en el cine con anterioridad y sin trascendencia- que Johnny Deep interpreta con la frialdad de quien se sabe superior al resto y no precisa de mucha pirotecnia para demostrarlo. Y es que en lugar de hacer la típica representación del rebelde del cine moderno: gestos casi epilépticos y exceso de frases ingeniosas lo que Deep logra -merced de un correcto guión- es representar a su tocayo como un ser casi inmutable que rara vez perderá el control. Por otra parte Christian Bale, con su silencio dubitativo y la impenetrabilidad de su mirada, retrata la tenacidad errática de Melvin Purvis, encargado de atrapar a Dillinger. Y en medio de ellos Billie -novia de Dillinger- interpretada por la bellísima Marion Cotillard, a quien le basta una sonrisa perfecta para explicar por qué el ganster está dispuesto a dejar de lado su destino trágico por ella.
Con secuencias de acción memorables, poco tiempo para el análisis psicológico -pues son los actos de los personajes los que definen su esencia- y un ritmo trepidante que solo se pausa para crear más tensión, Enemigos Públicos es un acierto tanto como revisión de un género que parecía condenado al auto chiste como en la innovación de una propuesta estética que, en gente talentosa como Michael Mann, pueden darle un nuevo e interesante giro al cine contemporáneo.
Esta no la compres pirata, anda a verla al cine.

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