martes, 30 de junio de 2009

Paro de transportistas: La ruta de la sinrazón

Pueda que los transportistas tengan razón. A lo mejor las multas sí son excesivas. Pero hasta donde tengo entendido ningún artículo del Código de Tránsito que empezará a regir desde el 21 de julio próximo busca sancionar a los conductores que no cometan infracciones.
Resulta irónico, por decirlo de una forma amable, que en una ciudad que registra el 60% de los accidentes de tránsito del país, se proteste por una medida que busca solucionar el caos diario del transporte público y, sobre todo, que muera menos gente a causa de las impertinencias de los conductores (públicos y privados, que la cosa no es solo con los choferes de combi, seamos claros.)
Como toda nueva iniciativa, este Código de Tránsito seguramente tiene algunas grietas que necesitan ser parchadas pero no se puede hacer de ello una excusa para seguir postergando el endurecimiento de las sanciones para quienes atenten contra la vida de las personas.
Sin duda -tal como afirman los agremiados- es necesario un trabajo sostenido de educación vial si se quiere atacar con eficiencia el problema, pero ¿por qué esa manía de exigírselo todo al Estado? ¿no deberían ser los mismos empresarios quienes capaciten a sus conductores? y sobre todo ¿Por qué pedir esa capacitación justo ahora?
Cierto, las multas.
No faltará quienes incluso soliciten que el Estado instale una mesa de diálogo para escribir un código que ponga felices a todos. Y es que en el país hay cosas más alucinates y peligrosas que un viaje en micro.

domingo, 28 de junio de 2009

Odoris


Nunca lo aceptaré como una enfermedad, doctor, para serle sincero ni siquiera creo que deba pasar por esta especie de terapia confesional.
Soy, lo que se dice, un hijo de nuestro tiempo. Veo tele, descargo música y no pienso en la muerte. Paso entre la universidad y las juergas de sábado, no uso preservativos y siempre me vengo fuera. Soy, además, lo que se puede llamar el prototipo del vástago rebelde, cambié a la tradición de arquitectos en mi familia por el periodismo. Nunca levanto la voz y a veces plasmo un beso en la frente de mi madre. Como verá, nada digno de analizar.

De inmediato el “pero” que tanto espera, doctor. Fue una noche en la que mi apatía intermitente cambió una discoteca babilónica por quedarme en casa, tirado en la cama escuchando Tom Waits. Boca abajo y mi brazo izquierdo rozando el piso. Dos segundos para dejar atrás mi amodorrada vida. Lo he pensado todos los días a partir de entonces, pero sigo sin saber por qué razón llevé la sandalia a mi nariz; más aún, por qué en vez de regresarla repulsivamente al suelo me quedé aspirando por un instante eterno la pestilencia del sudor de mis pies, impregnada en el jebe desgastado y huraño de la chancleta. El insólito placer de un humo invisible taladrando mi cerebro desprevenido, dopándolo al punto tal de tener la certeza absoluta que, en adelante, los olores putrefactos serían la única satisfacción real de mi existencia.

Aquí es preciso un background en la narración para que visualice cuán nauseabundo era el hedor que aquella noche inauguró mi adicción inverosímil. Hay que remitirse a mi infancia y no porque haya tenido una experiencia similar (además todo niño es un poco cochino, ni qué decir de la pubertad donde los pedos se celebran como olorosos actos de rebeldía) sino por un hecho concreto de aquellos años; verá, doctor, mi dermis es exageradamente sensible, sobre todo en las zonas que comprenden manos y pies, la menor hostilidad genera heridas profundas que en otros no pasarían de leves rasguños; por eso hasta mis once años, Miluska, la empleada de la casa, se encargaba de cortarme las uñas con una técnica llena de afecto y exenta de daño alguno. Pero Miluska se fue como parte del ajuste de presupuesto que, decía mi viejo, un gobierno de cachacos sin cachacos le obligaba a hacer. A partir de ese momento, tuve la responsabilidad de evitar que cada sesión de limpieza terminara en carnicería. Inútil, todos mis intentos manchaban de rojo la toallita para los pies. Desde entonces, doctor, sólo secciono mis uñas cuando su tamaño supera el alcance de mis dedos, por eso es fácil para la mugre encontrar asilo prolongado en extensos condominios. Agréguele a eso un incontenible sudor hereditario y voilà.

Tras un periodo de solapadas y cada vez más profundas aspiraciones del elixir humeante de mis olores pedestres, empecé a buscar qué otros aromas fétidos proporcionaban placer tan bizarro. Fueron fáciles de encontrar y aun más fáciles de cultivar. Mi madre nunca estuvo tan feliz de ver a su hijito ejercitarse a diario. Trotaba por parques verdes pero asfixiantes durante hora y media, para luego encerrarme en el baño a disfrutar del humus invisible que emergía de mis axilas exhaustas y mi entrepierna sudorosa. Por otro lado, nunca le presté atención al ubicuo edén de comida chatarra hasta que éste me permitió acumular viscerales residuos tóxicos que disfrutaba después, ya procesados en flatulencias, a las que me entregaba envuelto en una sabana para impregnar mejor su olor profundo y no dejar escapar ni un milímetro de su podredumbre casi orgásmica. Era mi propio cuerpo una parcela para la adicción.

Pensará, doctor, que soy un degenerado que busca mierda por doquier, pero lo cierto es que cuando no consumo olores soy el tipo más limpio del planeta; nunca me zampó en una cola, respeto al policía y jamás aceptaría conseguir un trabajo en base a mi apellido. Jamás he buscado tufos hurgando en los basureros públicos y regocijándome con el apretujado aroma de una combi en horas punta. Sepa, doctor, que mi adicción está confinada al ámbito exclusivo de mi anatomía. Ególatra era el vicio hasta que otra variante llegó a interrumpir mi consumo privado de pestilencias.

Puesto cinco: el tufillo fugaz del cerumen acumulado en mi ombligo después de un día agitado. Puesto cuatro: el cálido aroma que desprenden los dedos sucios de mis manos, tras frotarlos contra las puertas de mi nariz infestada de mocos. Puesto tres: la pestilencia de mi propio semen camuflado entre las hilachas desprendidas de una toalla. Puesto dos: el sauna, improvisado y perfecto de la sábana y los pedos chocando contra sus paredes para viajar luego por el puente de mis fosas nasales. Puesto uno: mis uñas rebeldes, la mugre, el sudor, todo mezclado en el depósito plano de una sandalia barata.

Ese era el top de mis emanaciones corporales, suficientes para satisfacer mi onanismo nasal hasta que conocí a Frau Alberta Himelblau, modelo alemana de 23 años cuya peculiaridad corporal (me niego a llamada enfermedad) vino a ser algo así como la mugre de mi uña.

Trimetilaminuria es el nombre técnico aunque los pocos casos que hay en el mundo (tres para ser exactos) han sido agrupados bajo el denigrante título de Síndrome del Olor a Pescado Podrido. Una niña española, un ingeniero tailandés y Frau Alberta son los únicos registrados con este desorden corporal cuya principal consecuencia es la emanación de un fuerte olor a podredumbre a través del aliento, el sudor y la orina. La causa es un fallo en la asimilación de la trimetilamina, componente presente en varios alimentos de consumo cotidiano (pescado y mariscos, principalmente) Este hecho, unido al fallo metabólico que sufre el paciente, provoca que esos alimentos sufran una oxidación en el hígado, lo que produce ese característico olor a pescado podrido. Como verá, doctor, llegué a memorizar aquello por lo que Frau Alberta fue expulsada del círculo snob de la moda europea a pesar de su belleza de leopardo extraviado. Tras su destierro fue probando suerte en distintos mercados hasta recalar en el peruano, donde vale más rubia apestosa que chola perfumada.

Cuando me acerqué a ella, sin embargo, lo hice movido por su belleza y por ser la única en la fiesta que no se contoneaba en un baile orgiástico junto a tipos apestosos de whisky y lujuria; no era timidez, lo supe luego, sino evitar una transpiración que abriese los portales de su mal olor. Aquella noche apenas pude sacarle alguna sonrisa tímida pero quedamos en volver a vernos. Salimos cinco o seis veces, siempre a parques o lugares abiertos. La noche en que Frau Alberta aceptó ir conmigo a la casa de campo que mi padre utilizaba para sus revolcar sus conquistas (y que me confió a los dieciocho, como estúpida señal de confidencia entre matadores) tal vez presintiendo un desastre, me contó entre lágrimas su historia; a medida que detallaba sus desventuras, yo me convencía de que sólo un influjo divino podía ser causa de semejante regalo. Descuida, le dije, me gustas más allá de cualquier síndrome, no te adelantes por ser amable, respondió, déjame intentar murmuré y empecé a tocar su cuerpo luminoso mientras un olor placentero se acercaba, contra su voluntad, a los brazos abiertos de mi nariz.

Fueron meses de felicidad inagotable. Doble placer el de coreografiar torpes movimientos montado en ella, mientras aspiraba el hermoso hedor que emanaban sus senos, caderas y gemidos. La acariciaba como quien exprime la cáscara de un limón para extraer el zumo; acostumbrada al egoísmo usual del macho cabrío, Frau Alberta respondía con gemidos psicodélicos la incansable disposición de mi lengua para derrochar saliva en su sexo y sin pedir reposiciones; era justo, disfrutaba ella de maratónicas sesiones de placer submarino y moría yo al absorber en pleno, la pestilencia divina de su entrepierna extasiada, incluso algunas veces tuvo que avisarme que ya estaba de vuelta del paraíso pues yo seguía aspirando de su fuente divina. Dormíamos luego, ella cantando en alemán y yo acurrucado en los rezagos de pestilencia provenientes de su vientre aún sudoroso. Nunca le dije la verdad, doctor, pues soy un convencido de que para que una relación funcione, es indispensable que sólo una mitad sea sincera.

Aunque al comienzo de mi relación con Frau Alberta, la búsqueda insaciable de placeres aromáticos alcanzaba para esporádicas sesiones de sandalias contundentes y pedos encerrados, a medida que iba descubriendo nuevas y mejores formas (ya no sólo en el sexo) para disfrutar a plenitud del hedor de mi novia, fui postergando los mecanismos originales de mi adicción. Es gracioso, doctor, en algún momento pensé que esa “traición a los principios” traería consecuencias. Y aunque mi paulatino desdén a la génesis de mi vicio nada tuvo que ver con el funesto declive de los hechos, igual sentí un punzada karmática cuando Frau Alberta me dijo, entre lágrimas de júbilo, que habían encontrado una cura para el olor a pescado podrido. Sepa usted, doctor, que hasta ese entonces la única forma de hacerle frente a la trimetilaminuria era mediante una estricta dieta que ignorase los alimentos más proclives a generar el desorden, artimañas nutricionales para amortiguar pero no sanar. Hasta que a un sueco hijo de puta, en vez de seguir con lo del cáncer, se le antojó crear una bacteria que, inoculada en pequeñas dosis durante un par de meses, restauraba la correcta asimilación de la trimetilamina y el fin de mis días.

Al principio, ella tomó mi gesto adusto como una rara forma para expresar felicidad, luego lo entendió todo. Mi discurso empezó con “perra” y terminó con “te lo ruego” en medio, una confesión inconexa y detallada sobre mi vicio, seguida de humilladas peticiones para que desistiese de regresar a Europa en pos de una cura que nos separaría para siempre. La bofetada habló por ella. No la volví a ver. Supongo que las pasarelas de Milán la han recibido como a una hija pródiga libre de fetidez.

Mis padres respondieron como esperaba ante mi depresión y aceptaron como la mejor medida para socorrerme el alquiler de un departamento en donde me entregué, desde la primera noche, a la inútil labor de buscar con ansia enferma la vuelta a los olores clásicos y su efecto descomunal en mi cabeza. Por más que trataba, aunque mis gases salieran con mierda sólida, nada resultaba suficiente ante el solo recuerdo de Frau Alberta y su hediondez. Llegué incluso a lamer las chancletas y meter en mi nariz irritada gotas de semen ahorcado pero eran intentos fatuos, terminaba en el suelo lleno de viscosidades y llorando por el asesinato de Frau Alberta, mi otrora fuente de placer, convertida ahora en la chucha perfumada de algún diseñador.

El asunto empeoró cuando mamá, en una visita improvisada, me encontró con la cabeza en el inodoro, buscando entre mi propia caca la felicidad extraviada. Fui excusa entonces para esas típicas reuniones familiares, donde por fin se encuentra el valor para sacar trapitos al aire. Se decidió que lo mejor era aislarme del mundo, no vaya a ser que se mancille el nombre de la familia con la ventilación de la historia. Empeoraron la ayuda sentándome, casi a empellones, en el diván de un psiquiatra.

Por eso estoy aquí, doctor. Escapar de la vigilancia de mis padres no fue fácil pero le aseguro que en el fondo agradecen no tener que lidiar más conmigo. ¿Entiende ahora la necesidad de esta operación? ¿Comprende por qué preciso agrandar mis fosas nasales? Usted que rió al comienzo, sabe ahora que dispenso de ampliar mi capacidad para extraer malos olores y así volver a ser el tipo anónimo y feliz que era hace apenas un año. No, no creo que me mude después de la cirugía, en cualquier lado seguiré siendo un paria de los aromas fétidos. El mundo perdona la mierda, doctor, pero no sus olores.

La voz que mece las penas

Chavela Vargas (San Joaquín de las Flores, 1919) se supo diferente, extraviada y malquerida desde su infancia. A punto de perder la vista por una enfermedad, cambió desde muy temprano los juegos inocentes por serenatas y bohemia como un preámbulo a su inminente grandeza. Progenitores que nunca la quisieron y unos tíos que, espera Dios tenga en el infierno, formaron el inventario de una infancia privada de felicidad. Esos años de vagabundeo precoz forjaron el aire doloroso con el que habría de ganarse la vida. A los 14 años escapó de Costa Rica sin mirar atrás.

Ancló su melancólico inconformismo en México. Lo hizo suyo. Se apropió de las rancheras, el tequila y las espuelas de una cultura, otrora páramo de machos, a la que desafió con el arma incontenible de su voz. Primero fueron las calles y cantinas del D.F., quince años de trabajos esporádicos y noches de borrachera, "porque en México, verdad, te invitan una copa y terminas a las cinco de la mañana." En 1960 grabó Noches de Bohemia, su primer disco, sin más experiencia que la vida misma y bajo el ala de José Alfredo Jiménez, poeta de cotidianidades que encontró en Chavela la mensajera perfecta de su sabiduría, para llevarla al rincón de una cantina, ahí donde ya no queda fe. Y aunque a lo largo de sus ochenta grabaciones la Vargas ha interpretado a diversos compositores de México y Latinoamérica, son los temas de su amigo y protector los que mejor le salieron. Chavela entendió como nadie el trasfondo inmenso de un escritor que, como ella, amaba sufriendo. “José Alfredo fue demasiado: su entrega, su pasión, su dolor, su México. Era un enamorado de su patria: era su inspiración. Con él viví una época de ensueño."

Con el éxito de sus primeros discos vinieron épocas de bohemia trasnochada junto a otros talentos desmedidos que la adoptaron como fuente de inspiración para su propio universo. Juan Rulfo, Agustín Lara o los geniales Diego Rivera y Frida Kahlo, con los que compartió interminables noches de tequila, rancheras… y también amor pues Chavela nunca ocultó sus sentimientos hacia la pintora mexicana con quien compartió una existencia tan llena de arte como de padecimientos. Esa historia imposible marcó el inicio de un secreto a voces sobre su sexualidad; recién a los ochenta años confirmó en una entrevista lo que todos sabían. Y aunque comunidades gay de muchos países la han adoptado como icono, lo cierto es que su grandeza trasciende a una mera etiqueta sexual.

Grandeza que forjó sin más acompañamiento que un par de guitarras dolientes para hamacar con sus cuerdas el murmullo de sus gritos temblorosos. Del mismo modo, hizo de un poncho color sangre la insignia con la cual pararse en un escenario que convertía en taberna, en campo de batalla, en la cama herida de dos amantes imposibles. Cada disco, un testamento; cada concierto, las últimas palabras de un condenado a muerte en el paredón. Así de tenso, así de emotivo; porque Chavela muere cuando el La menor de una guitarra concluye una canción… para resucitar con la siguiente. Sólo los machos sobreviven a esa vida atormentada. Ella también.

Se retiró parcialmente a inicios de los ochenta, los excesos le pasan la factura hasta el más recio, pero dolientes alrededor del mundo necesitaban de una voz como la suya como fondo para sus propias penas. Retornó libre de octanos, más ronca, más desgarrada, perfecta. El primero en reclamarla fue Pedro Almodóvar, que la hizo sin reparos una de sus chicas. Contribuyó en el soundtrack de Tacones Lejanos con la canción “Luz de Luna" además de una breve aparición en La flor de mis secretos. Sobre esta experiencia al lado Almodóvar comentó "En el momento más importante de la película, digo: “Tómate esta botella conmigo, y en el último trago me besas”. Qué divino ¿no?". Para el director manchego, contar con ella fue poco menos que un privilegio inmerecido.

Con los años, otros artistas se han rendido a la sencillez cansina pero nunca extinta de Chavela. Ahí están Joaquín Sabina, que la homenajeó en su Boulevard de los sueños rotos -además de un duelo de voces carrasposas en la genial Noches de boda- Miguel Bosé, que bebió de su talento en su último disco de estudio, y el director Alejandro González Iñárritu que sonoriza una de las mejores escenas de Babel con el clásico Tú me acostumbraste en voz de la Vargas. Siguieron los discos y las giras. Escenarios alrededor del mundo se rendían ante su voz que, a pesar del cansancio de una vida intensa, sonaba mejor con los años. Y es que la sinceridad prima sobre las notas altas.

Chavela, que cantó para Elizabeth Taylor, que amó a Frida Khalo y fue ovacionada en el Olympia de París. Inspiración de otros marginales que, como ella, saben que la miseria genuina es mejor que la felicidad de plástico. Con todo y eso, no es más que una mujer tocada con el estigma y la bendición de ser heraldo de cariños perdidos, la banda sonora para las borracheras por desamor (que son las mejores); eso sí, hay que oírla con la misma desnudez con la que ella canta y dejar que las lágrimas broten sin tapujos con cada frase hecha daga.

La aparición de Cupaima (2006) -disco de canciones clásicas en el repertorio de Chavela presentadas en versiones que fusionan su simpleza original con sonidos prehispánicos- marcó su despedida definitiva aunque, como ella misma ha dicho, desde 1985 quiere retirarse y no la dejan. ¿Cómo resignarse, pues, a perderla? Sobre todo en épocas de inumerables ofertas de bisutería para ser feliz: Libros de autoayuda, canciones descafeinadas y Pare de Sufrir. El nuevo tabú del mundo es la pena como estado del alma. No se puede llorar ya en paz. Una pastilla y a otra cosa. Y qué de los que necesitamos regodearnos en un fango de miseria para ser felices. Qué de los que precisamos el punzón real de una pena para hacernos más fuertes. Qué hay de los descorazonados, los feos, los hinchas del Alianza Lima. A los que no nos basta con un pinche melodrama en la oscura sala de un cine para desfogar tanta tristeza. Nos queda Chavela Vargas y por eso te adoro, compañera.

Porque antes de ella, eso de que a algunos artistas se les admira y a otros se les quiere me sonaba a marketing infame, a contraportada barata. Pero es verdad, a Chavela la quiero y si llego a conocerla no pediré un autógrafo sino una bendición. Y hasta que llegue ese día seguiré mudando sus canciones –del casete al disco, del disco al mp3- como un equipaje taciturno. Necesito como otros tantos de su cadencia lastimera al cantar, de sus gritos desafinados y sus brazos extendidos como diciendo aquí estoy y todavía valor me sobra/ Para jugarlo otra vez/Si me matan a balazos/Que me maten y al cabo y qué. Porque una vida sin desamor vale menos que la pinche muerte.

Los ángeles de Charly


Desearía que los hechos que voy a narrar a continuación estuviesen confinados al ámbito exclusivo de mi atribulado imaginario. Incluso ahora, cuando la verdad irreprochable de esta habitación claustrofóbica aparece en cualquier ángulo al que apunten mis ojos, quiero creer que, como en los malos cuentos, voy a despertar para decir en voz baja “todo fue un sueño” Solo 33 personas compraron mi primer disco y no es un aproximado, es el número real de ventas que tuvo “Canciones de Mujer” por lo que no tuve defensa alguna cuando el presidente de Mirella Records me despidió sin más liquidación que las 2 967 copias restantes de mi álbum.

Por suerte soy un tipo acostumbrado a los fracasos. Pronto empecé a trabajar en un nuevo puñado de canciones, menos enigmáticas y más agresivas. “Lo que tienes que hacer es buscar una manera de llamar la atención, que se fijen primero en ti y luego en tu música”, las palabras de Mirko Avellaneda –amigo exitoso y solvente que alguna vez compartió miserias en una botella de cerveza- vinieron acompañadas de una buena estrategia para poner mi segundo álbum en boca de todos. Y es que habían pasado ya suficientes años para que el cassette adquiriera la categoría de atractivo objeto nostálgico, tal como había pasado con los discos de vinilo en mi niñez. Muy pronto, la noticia del artista que relanzó el diminuto formato en la cultura popular apareció en todos los medios alternativos del país. Cierto es que poco o nada se hablaba del contenido musical que había dentro de las cintas, pero ya habría tiempo para eso, mientras tanto me ocupé de saborear el momento de gloria que presumía efímero.

Como suele pasar en el Perú con sus ídolos de barro, de pronto era solicitado para opinar acerca de cualquier tema en boga sin importar si mis conocimientos sobre política o deportes fueran casi nulos. Fue en el Show De Bruno donde empezó todo; soberbio pero no sobrio, me sentí con la suficiente autoridad como para dar mi visión del rock sudamericano, donde cada estilo es reflejo de los países donde provienen, ahí tenemos el caso de Argentina, cuyo sonido nunca pasó de ser cánticos de fútbol llevados a una guitarra eléctrica y no al revés; siempre reventándose cohetes a sí mismos, mira el caso de Charly García, de quien celebraban con magnánimos aplausos hasta cuando se tiraba a una piscina desde el noveno piso de un hotel, por cierto, Brunito, sabes que es historia es falsa ¿no?

3 de marzo del año 2000. Ante el asombro de los periodistas que hacían guardia para sacarle alguna declaración sobre sus problemas judiciales, Charly García salta desde una altura de 30 metros hacia la piscina del Hotel Aconcagua en Mendoza. Una cámara de video captura el momento desde exteriores: la delgada figura del músico cae vertiginosamente con los brazos hacia atrás y las piernas extendidas. Para cuando los periodistas lograron entrar al hotel, Charly reposaba sonriente en un vértice de la piscina “y, un poquito de miedo tuve” dijo, mostrándole a sus fanáticos y detractores que él estaba en otro nivel, que Charly era inmortal, viejo.

Con lo que no contaban ni el flaco ni sus managers era con que uno de los botones del hotel, peruano inmigrante como miles en Argentina, narraría en una reunión familiar la verdadera historia. Habían usado a un joven camarero para saltar desde el noveno piso mientras que el ídolo esperaba cómodo en la piscina la llegada de los medios. Así se hizo, Brunito, como verás el rock argentino es mero confeti y pomposidad. Me largué del programa con la misma indiferencia con la que había dado la entrevista. Un periodista argentino que buscaba información para un reportaje conmemorativo sobre la muerte de García dio con mis palabras en alguna página de humor. Su ortodoxa nota mutó entonces a una encendida respuesta a las palabras hirientes con las que un peruano infame osaba molestar el eterno descanso de un ídolo patrio. A los muertos se les respeta, che.

La primera clarinada de alerta sobre el nefasto alcance de mis declaraciones irresponsables fue en el estadio de Alianza Lima. Inicio de temporada. Como muchos, me sentía atraído por la expectativa puesta en el Juanpi Caballero, delantero argentino que tras pasear su fútbol por Europa y México, culminaba su carrera tratando de darle un título al equipo victoriano, inmerso en una nueva etapa de sequía. Marcó dos goles de cabeza. Durante la celebración del segundo se despojó de la camiseta blanquiazul y enseñó a las tribunas una remera blanca donde rezaba “aguante Charly, abajo Barrueto” Los más jóvenes pifiaron y yo empecé a preocuparme. Ya en mi departamento, pude enterarme de la guerrilla que se venía desatando vía internet. Desde ambos lados y usando fanzines, revistas electrónicas y cuanta herramienta digital tuviesen a la mano, músicos y fanáticos de Argentina y Perú se mandaban a la mierda mutuamente dando muestras de un inusual patriotismo para una generación, en general, apática con todo lo que no sea verse el ombligo.

Hasta ese punto el entredicho no pasaba de ser una beligerancia entre adolescentes sin nada mejor en qué ocupar su tiempo. Sin embargo, la mañana del 15 enero todo cambió. La página web del gobierno había sido alterada por anónimos hackers que lograron insertar una caricatura de Charly García cagándose, literalmente, en nuestra bandera, mientras se oía hoy paso el tiempo, demoliendo hoteles. Me atrevería a decir que, si bien el hecho ya se extralimitaba, por sí solo no hubiera generado el conflicto en las dimensiones que hoy conocemos. Faltaba el puntillazo incendiario de un inefable personaje.

Como parte de las concesiones habituales que todo Partido entrante le da a la Oposición para poder gobernar en relativa paz, el Ministerio de Cultura fue puesto en manos de Manuelón Ramírez, un ex Comandante del Ejército cuyos méritos para ocupar el cargo se remitían a dos libritos de poesía que publicó siendo aún joven en su natal Arequipa. Era conocido en la prensa política tanto por su iracundo carácter como por el mito nunca confirmado de que desayunaba caldo de culebra tuerta para mantenerse vigoroso. La vehemencia de sus declaraciones ante el ofensivo caso de la caricatura corroboró su reputación de tigre encerrado.

“Exigimos que las autoridades argentinas pongan todos los medios necesarios para capturar a los facinerosos y ponerlos a disposición de la justicia. Lamento que en ese país la juventud defienda de una manera tan vulgar la memoria de un drogadicto. Mira que si al menos fuese Gardel. Nada, señores, quiero la cabeza de los culpables de inmediato…o habrán consecuencias” Dicen que ni las reprimendas del joven presidente García –hijo- ni el escaso apoyo que recibió de los miembros de su Partido lograron disuadir la eufórica actitud del Comandante.

Una tarde, cinco tipos me invitaron con rudeza a una cita con el Ministro “Aquí está el nuevo valor de la música rocks” dijo extendiéndome una mano inmensa. Me habló de la necesidad histórica de ser, por una vez siquiera, el país agresor, el primero en dar un golpe a la canilla del enemigo. Aunque no era experto en historia, estaba convencido que las derrotas sufridas a lo largo de los siglos eran producto de nuestra pasividad militar. “pero eso va a cambiar, joven artista, el Presidente Kirchner Tercero dijo que no entregarían a los culpables así que empezaremos la represalia. Para esta hora, el embajador argentino ya debería estar saliendo con una patada en el culo de su cuarto y en dos semanas todos los argentinos que se comen nuestra comida, serán expulsados del país” Juntando migas de valor le pregunté tembloroso si ese tipo de decisiones no requerían la aprobación del Presidente, el Congreso y demás. “sepa usted, joven artista, que todo militar que se precie tiene polentas suficientes para coger de los huevos a cualquier gobierno”

Sus palabras fueron respaldadas por una basta generación de jóvenes militares que, debido a la excesiva diplomacia en Sudamérica, pasaban sus carreras como empleados de cualquier funcionario inútil (los más afortunados) El apoyo popular llegó gracias a la hábil campaña promovida desde el Ministerio de Cultura, la idea de “golpear primero” caló hondo en la consciencia de la gente siempre acostumbrada al empate, cuando mucho. Con todo esto, el gobierno no tuvo otra que apoyar la demencial furia de Manuelón Ramírez. Pero a pesar de las bravuconadas incitadoras y el apoyo popular nos volvieron a pegar primero.

“Bolivianos de mierda, segunda vez que nos traicionan” Dijo enfurecido el Ministro al enterarse de la incursión del ejército gaucho a través del país del altiplano. “en la Guerra del Pacífico nos dejan solos, ahora nos venden por una salida al mar, carajo, creí que ya se habían resignado” se tuvo que reposicionar rápidamente a las tropas peruanas que, por inercia, hacían guardia en la frontera con Chile.

Fueron dos semanas de enfrentamientos antes que USA interviniera. La Unión Sudamericana convocó a todos los presidentes afiliados para tratar de hallar una salida pacífica; sin embargo, esto no evitó que la cumbre de emergencia fuese utilizada para sacar a la luz algunas heridas pendientes. Cuando el presidente brasileño increpó a su homólogo boliviano por su participación en el conflicto llamándole tramposo, éste respondió a la afrenta recordándole que una orquesta de lambada, decenios atrás, había robado una canción folklórica de los Kjarkas para transmutarla en un éxito bailable, sin pagar regalías. “¿cuál pueblo es más tramposo, señor Herraez?” Las risas solo pudieron ser contenidas tras una enérgica reprimenda del Secretario General. Restaurada la calma, hizo llamar al joven Barrueto para que presente su alegato.

“Es cierto, distinguidos Mandatarios, que mi participación en la campaña publicitaria para apoyar el conflicto armado fue constante pero deben saber que lo hice movido tan solo por las amenazas que recibía del Ministro Ramírez cada vez que objetaba sus peticiones para dar conciertos panfletarios y hacer temas burlándome de Charly García. Reafirmo además que mis declaraciones sobre el caso de la piscina se basaron en una historia contada por mi tío Fortunato Chávez que, como consta en los registros, falleció hace diez años; estoy dispuesto a presentar las disculpas necesarias y colaborar en el proceso abierto contra Manuelón Ramírez, todo con tal de reinstaurar las buenas relaciones entre pueblos hermanos”

En el cementerio de Recoleta, varios jóvenes que se autodenominan Los ángeles de Charly, hacen vigilia ante la tumba de su ídolo. Algunas veces he soñado que me lo encuentro cara a cara y me da las gracias por extender su leyenda unos cuantos siglos más. De nada, le contesto. Aunque yo siempre preferí a Calamaro.

sábado, 27 de junio de 2009

REPORTAJE EXCLUSIVO: La guerra clandestina entre el verbo y la renovación


El azar juega un papel preponderante en esta historia. Al menos en la confluencia casi simultánea de una cierta “revelación” en los personajes. El 18 de diciembre de 1991, el joven Eduardo Burstein, un recién egresado de la facultad de Periodismo de una importante universidad de la capital, viajaba por tierra a las playas del Norte en pos de una semana de relajo antes de iniciar sus labores como redactor en el suplemento dominical de un diario tradicional de Lima. Faltaba media hora para llegar cuando al bus subió un vendedor de medicinas naturales que, a pesar del calor, vestía de impecable saco y corbata. Primer hecho fortuito: las pilas del walkman de Burstein se agotaron justo cuando el susodicho iniciaba su discurso por lo que tuvo que oír completa la transitada verborrea. “disculpen por interrumpir su viaje” “en primer lugar gracias a dios por un día más de vida” “no he venido a pedirte limosna” “ni me va a hacer rico ni te va a hacer pobre”. Todos estos cojudos deben ir a la misma escuela, pensó el recién graduado. Segundos después, mientras miraba los primeros retazos del mar de Máncora, tuvo un súbito momento de inspiración. Le propondría al editor hacer un reportaje sobre aquellos vendedores que irrumpían a diario el transporte público del país. Aliviado por encontrar el tema de su primer trabajo, estiró los brazos en su asiento.

Ese mismo día, Moisés Naranjo reposaba en la última fila de una combi de la empresa Chama tras repetir por octava vez su discurso y pasar la bolsa de toffes por entre los desinteresados pasajeros. Segundo hecho fortuito: Escuchó a dos muchachos comentar “te apuesto que si uno de estos patas se sube y dice algo así como ahorrémonos el floro, los toffes cinco por un sol, vende todita la bolsa” Naranjo –que por aquel entontes llevaba apenas dos meses en la ESVA- sintió la punzada de una idea revolucionaria, aunque en ese instante tuvo que postergarla para bajar a prisa en el rojo de un semáforo de la Avenida Arequipa.

Aunque en los archivos del Congreso de la República se guarda una copia del proyecto de ley para legalizar a la Escuela de Vendedores Ambulantes, ésta siempre ha funcionado desde la –aparente- clandestinidad. Empezó en 1976 por iniciativa del poeta huanuqueño Julián Ñori que, tras ocho años infructuosos en su búsqueda de la consagración literaria, decidió pasar las tardes de domingo ayudando a su sobrino a mejorar su discurso-vende-llaveros. Sin darse cuenta, en un par de semanas eran cinco los chiquillos que, apretujados en el techo de la pensión donde vivía el poeta, aprendían sobre el arte de atraer a los compradores usando palabras bonitas que sonasen distinguidas. Para el año siguiente, Ñori se las ingeniaba para dar hasta tres turnos de sus clases, cobrando veinte centavos a cada niño. Uno de esos mocosos, Florencio Huamán, le propuso hacer más rentable sus enseñanzas. Fue el primer paso para convertir la noble iniciativa del bate en uno de los monopolios más poderosos del país.

“Ese hijo de puta me dejó de lado ni bien pudo” la voz rasposa de ex poeta Ñori (devenido en la actualidad, en operario de una imprenta) deja ver con claridad el resentimiento que almacenó durante tanto tiempo. “Me dijo que se encargaría de organizar los turnos para las clases y de cobrar puntualmente la cuota de los alumnos, todo por el veinte por ciento de lo recaudado, me pareció bien. No me di cuenta cómo iba memorizando mis enseñanzas. Hasta que una tarde me dijo que se mudaba con los muchachos al patio trasero de la parroquia, que el cura les había dado el sitio para que funcionase ahí la escuela, él le puso el nombre por cierto. Sin más me dejó fuera” Burstein le preguntó por qué nunca intentó recuperar a sus alumnos “Confiaban más en uno de sus semejantes, además Huamán se blindó acusándome de ser un pedófilo. Me jodió”. Era la primera de las entrevistas que el periodista realizaba. El resentimiento de Ñori le facilitó direcciones y pistas para seguir con la historia aunque en ese entonces aún ignoraba que una revolución dentro del mundo que investigaba estaba por iniciarse.

Las atronadoras palmas de los dieciocho muchachos que tenía en frente, terminaron por convencer a Moisés Naranjo que su destino en el mundo era la grandeza. Aquellos jóvenes dispersos, de pelo casposo y marcas en la cara –por acne, por una cuchilla borracha en una fiesta- sellaban con su aplauso el apoyo incondicional a su iniciativa. De esta manera, lo que empezó como una inocente variación a lo dictado por la ESVA, se convertía en una corriente alternativa en el discurso que miles de jóvenes daban a diario montados en buses y combis. Y aunque Naranjo nunca pensó en lucrar con ello, al darse cuenta del rápido impacto que iba teniendo su método basado en la simpleza de palabras y la sinceridad del orador, decidió que debía hablar con Florencio Huamán sobre su tesoro descubierto. El ahora exitoso empresario apenas pudo contener la rabia. No hubo arreglo alguno.

Mediados de marzo, 1992. Tras realizar varias entrevistas y desempolvar algunos documentos perdidos en interminables pasadizos de oficinas gubernamentales, Eduardo Burstein tenía una idea bastante clara del sorprendente universo económico que había detrás de cada mocoso que se subía a joder un viaje en micro. No sólo estaba el dinero que los vendedores daban a la ESVA, el flujo iba más allá: Las empresas de golosinas cobraban un porcentaje para vender los lotes perdidos de sus productos solo a aquellos muchachos que contaran con su carné de la escuela. Compañías de transporte urbano y ciertos mandos policiales se contaban también entre los beneficiados con el monopolio de Huamán, por lo que la progresiva presencia del Método Naranjo demandó una reunión secreta tras la cual se llegó a la única solución plausible: el insurrecto tenía que morir.

8 de abril. Moisés Naranjo llegó a la entrevista vestido de incógnito y con dos tipos cuidando sus espaldas. Para la fecha, el número de muertos, sumando a los caídos de ambos bandos, sumaban alrededor de treinta. Los asesinatos eran silenciosos y lo bastante espaciados como para pasar desapercibidos a ojos de la prensa. “Se avecina una última batalla” dijo el rebelde. Seguramente notó lo ridículo de su frase así que concluyó en su propio idioma “si Huamán no quiere convivir, vamos a sacarle la reconchasumadre” Fue la primera y última entrevista que diera en su vida.

Por el tipo de frases ridículas que utilizó, Eduardo Burstein supuso que el encapuchado que lo apuntó con un arma a la salida del diario pertenecía al bando de Huamán. Muy tarde, chiquillo, pensó, su editor se había mostrado más que entusiasmado con los resultados de la investigación. Tenían además el gancho preciso, pues tres días antes, unos pescadores habían encontrado el cuerpo de Moisés Naranjo golpeando su inercia contra las piedras de una playa chalaca. Por eso, aunque se mostró atemorizado y obediente frente al tipo, sonreía por dentro ante la inminente salida a la luz de una historia que lindaba con la ciencia ficción. Recordó eso de que Kafka sería un costumbrista en el Perú.

La edición del domingo 19 de abril sin embargo, no contó con el reportaje de Burstein. Ni aquella ni ninguna otra. Todos los diarios estaban ocupados tratando –cada quién de acuerdo a su postura- el autogolpe que, una semana atrás, había dado el presidente Fujimori. La clandestinidad se mantuvo para la ESVA y sus asociados -que no tardarían en entablar relaciones con el gobernante a través de un allegado de escaso pelaje- Eduardo Burstein renunció al periódico. A la fecha, sigue trabajando en la bodeguita que montó en Máncora con una herencia adelantada. Los chiquillos siguen subiendo a los buses repitiendo el mismo sonsonete que inauguró Ñori y comercializó Huamán. Y así sin más que decir, voy a pasar por sus asientos esperando contar con su amable colaboración. Muchas gracias.

Bogart in another saturday night

Es sábado, cereza. En unas cuantas horas las luces de neón solicitarán tu presencia para completar la noche. Una noche escarlata de la que nunca formaré parte. Supongo que lo supe desde el instante mismo en que te conocí. Hacerse el tonto es un deporte que me sienta bien, ocasionalmente. Y mientras tú acomodas la tela a tus caderas y disimulas el cansancio postergado con una última sonrisa frente al espejo yo he de quedarme aquí. En la acera de enfrente y empuñando un cigarrillo como único acto de rebeldía. O pueda que salga con mis amigos a desgastarnos los zapatos mientras una botella color sangre pasa de mano en mano. Y si los designios de mi noche conducen por un instante a la tuya descuida... nunca nos vimos antes, nunca más nos volveremos a ver. Seré un buen compañero, cereza. El único que no se queda a tu lado. El único que respeta tus ojeras y tu modo de sufrir. Procura contar los pasos exactos que hay de regreso a casa. Deja una aspirina al lado de la cama. Los domingos suelen ser días tristes. Don't think twice it's allright.


jueves, 25 de junio de 2009

Réquiem prematuro por el Caminante Lunar.


Nostalgia. De niño pasaba más tiempo tratando de imitar el moonwalker que haciendo pataditas. Cuando vi la película del mismo nombre -una tarde y por PANTEL- supe que no podía haber nada más alucinante. Fue mi Alicia en el país de las maravillas. Mi pequeña revolución. Mientras la mayoría de mis amigos pugnaban por llenar el álbum de las tortuninjas, yo iba en plan guerrilla a comprar figuritas de Michael Jackson y las entrellas del Rock. No tenía con quién intercambiar las repetidas. Mejor para mí. Nada enriquece más una buena niñez que los tesoros escondidos. El mío, merced del álbum, estaba formado por dos cintas de VHS, un poster cortesía de Pepsi y un casette pirata que fue el único que no regrabé cuando mis gustos en la música empezaron a cambiar.
Música. No es exagerado decir que casi todo el pop que se escucha en la actualidad tiene una deuda -directa o indirecta- con su talento para la melodía exacta, El beat hipnotizante. los ganchos irresistibles. Desde el mocoso encantador que brillaba por luz propia en los Jackson 5 hasta el etéreo bailarín de guante negro y medias blancas, sus canciones -junto a un manejo vanguardista del aspecto visual- fueron revolucionarias hasta el punto de volverse universales. Quién diablos no ha escuchado Thriller.
Universal. Jackson es sin duda el último artista pop de alcance global. Porque Madonna aún llena estadios, Justin -un deudo suyo- se vuelve más interesante con cada disco y en Nueva Zelanda seguro hay un club de fans de los Jonas Brothers. Pero ninguno ha podido alcanzar el nivel de masividad que tuvo Michael en su mejor época. Que se entienda, el mundo estaba a sus pies. Su llegada a los aeropuertos paralizaba el país de turno y las noticias que llevaban su nombre no iban al bloque de espectáculos. Eran primera plana.
Noticias. El 13 de julio iba retomar lo que mejor hacía: volar la mente de millones al unísono. Seguramente no sería lo mismo. Pero iba a ser igual. La reciente ola de conciertos en el Perú activó una lucecita de esperanza. 13 de julio es además el día de mi santo. Quién dice y a lo mejor la magia existe, pensé.
Hoy no hay magia. Solo la sensación de haber recuperado -por un instante- un pedacito de épocas felices para perderlo luego con un verbo en tiempo, para mí, imperfecto: Murió. Michael Jackson murió. No he llorado. No pienso comprar nada de la parafernalia que de seguro ya muchos prepararan en torno a su leyenda. Pero una sensación similar a aquella que tuve la tarde en que intenté, como siempre, pasar un rato de diversión con mis juguetes para descubrir que éstos ya no cobraban vida propia en el jardin me invade en este un momento.
Y eso jode.
¿Estoy siendo subjetivo? ¿me dejo llevar por la imparcialidad al momento de teclear? ¿evito temas incómodos? ¿la pasión sobre la razón? Seguro que sí. El rato en que la música y los recuerdos deban abordarse con una regla en vez de un garabato, la vida se me volverá tan insípida como un parche para evitar los cigarrillos. Como era antes del Moonwalker.
Buen viaje, Jacko.

miércoles, 24 de junio de 2009

Cuando querer era sencillo.

No soy seguidor de Cafe Tacvba así que no sé cuántos temas ha cantado Emmanuel del Real a lo largo de su discografía. Pero los que he oído son increibles. Primero "eres", una declaración de amor tan bobalicona como irrefutable y ahora "quiero ver" acaso un aplazamiento lógico de su predecesora. Un segundo volumen del corazón.
Quiero ver tu risa todo el día/ escuchar la melodía de tu voz/quisiera ser el brillo de tu ojos/el peine que desnuda tu esplendor
Del Real no intenta inventar la metáfora perfecta. Por el contrario se refugia en frases sencillas. De ésas que escribimos en el reverso de un cuaderno en plena clase o pronunciamos, con voz temblorosa, en un pasadizo solitario mientras algún amigo vigilaba que nadie interrumpiese la proposición de amor más sincera del mundo. y prometo intentar no hacerte daño/ prometo darte todo lo que yo/ prometo regalarte sin reparos mi corazón.
Es por ello que, tal como sucedió con "Eres", el videoclip de "Quiero ver" encuentra en la prístina inocencia de un amor infantil las imagenes perfectas para acompañar una melodía que suena un poquito a bolero, un poquito a balada pero, sobre todo, a tiempos en los que era más sencillo querer. La cursilería, en dosis adecuadas, conmueve igual que el mar.

El muro

Cuerpos que no pudieron desprenderse. Irónico y cruel lecho el suyo: ni en el suelo del que huían ni en el suelo que ansiaban con demencia. La descarga eléctrica chamuscó sus manos y piernas, cerrando un pacto involuntario entre ellos y el alambrado. La señora con bigotes se persigna y reanuda la marcha lúgubre. Es nuestra vanguardia de turno. Antes lo fueron un tipo que fracasó en la vía legal y luego un camionero colorado que nos trajo a escondidas hasta el desierto.
Alguien enciende un cigarrillo y en su brillo insurgente, irrumpiendo la oscuridad gélida, proyecto el cuadro impresionista de un amanecer pausado y distinto y con futuro. La correlación sigue de largo, no obstante, y cuando asciende la primera bocanada regresa a mi memoria el olor a caucho quemado de la intolerancia. Nos rompieron la quijada. Luego construyeron el muro.
Todo por una palabra. Alguna ama de llaves debió soltarla una tarde sin mucho trabajo, recordando el paisaje polvoriento de su niñez. Y aunque al principio se asustó del escapismo de su memoria, al ver que nada sucedía empezó a pronunciarlo seguido y hasta en forma de bolero. Se cuidó, eso sí, de no hacerlo frente a sus patrones. Pero el niño albo que rondaba la cocina grabó esa palabra en su memoria donde durmió sus años de avioncitos, masturbación, rebeldía y asentamiento hasta que vino a salvarle justo cuando estaba a punto de renunciar a su carrera de artista.
Achipíjolear. Primero en las obras del niño albo, luego en las discotecas, la ropa, la moda fatua. El descubrimiento exótico le quitó el respingado a la mirada que nos solían otorgar. Nos pusieron de moda antes de ponernos en el paredón. Se abrieron las puertas para el color tostado. Todos eran bienvenidos a lo redituable. El color tostado bailó, comió, influyó y se hizo rico. Achipijoleante error. Dicen que donde hay dos de nosotros hay desmadre. Imagínense trece, millones, think about it dijo el infame; el bote no alcanza para todos, too many, too much. ¡Que no vengan más!
Por eso la alambrada, las minas disfrazadas de arbustos y al final si se tiene suerte -la señora con bigotes parece traérnosla- el muro contundente de hipócrita blancura. Cruzarlo requiere poderes ícaros, un golpe de suerte o arañar los bloques y subir sangrando.
Ellos lo pusieron para tapear la entrada. Pero nosotros sólo queremos volver a casa. Y hacia allí vamos. Hacia la borrascosa salida.

El reposo del guerrero

¿Cómo ser rebelde en un mundo explícito? ¿Cómo ser musicalmente contestatario si lo correcto es una prostituta de autopista? ¿Cómo hacer punk en el fin del mundo? Y sobre todo ¿Cómo hacerlo cuando tú inventaste eso?

Iggy Pop responde con Preliminaires. Un disco en el que deja las guitarras como sierras y los gritos de navaja, cambiándolos por una perversión sosegada a ritmo de jazz. La iguana -62 años de excesos- adopta un barítono oscuro (que remite de inmediato a la voz de Leonard Cohen, otro capo) y pasea su piel curtida por doce canciones que suenan a brujería de Nueva Orleáns, a puerto desmemoriado pero sobre todo a pequeño burdel francés. La referencia no es gratuita, el álbum está inspirado en la novela La posibilidad de una isla del escritor galo Michel Houellebecq. Al igual que en el libro, Iggy Pop descubre que sólo queda hipocresía en el mundo occidental. Mocosos jugando a ser anárquicos por el mero hecho de usar una guitarra con distorsión. Él, viejo guerrero, responde con saxofones, pianos y trompetas.

Mas no hay que equivocarse. Iggy baja las revoluciones pero no pierde actitud. La Iguana elige los cuchillazos prolongados en vez del puñal certero. Pero hiere igual. Y aunque a estas alturas no tenga que probar nada, aunque difícilmente supere lo hecho en discos como The Idiot o Raw Power, aunque siempre brille más con The Stooges, Preliminaires nos entrega a un artista dispuesto siempre a llevar la contra. Y hacerlo con honestidad. Antes escupía en tu cara, hoy te invita a una copa. En la vieja rockola suena king of the dogs.


martes, 23 de junio de 2009

Bogart remembers

Algunas noches la recuerdo. Dientes afilados, mirada triste y una cartera llena de reminiscencias a modo de recortes, etiquetas y recibos. Ya perdí la cuenta de los días sin verla. Pero supongo que son muy pocos como para desprenderse y muchos como para volver atrás.

Algunas noches la recuerdo. Y aunque ya renuncié al intento suicida de buscar explicación a este cuarto cálido pero sin sus piernas, lo cierto es que mi sonrisa se torna mueca impía cuando un fotograma ya vivido de tabacos, besos y túneles sobrevuela esta cama fría pero sin sus senos.

Algunas noches la recuerdo. Duele menos. Pero jode igual. Maldito aeropuerto. Maldito siete de marzo.

Ahora necesito un ron. Y que Tom Waits toque sobre un piano ebrio la música de fondo de este breve y estúpido acto de la memoria. La resaca de mañana me volverá a la normalidad. O a la apariencia de normalidad que en estos tiempos viene a ser lo mismo. Buenas noches allá en las alturas.

Oh boy, vaya que la quería.

Ruda y cursi

Si se quedaba en one hit wonder hubiese bastado. Y es que smile era perfecta. Una letra adorable y estúpida. Un ritmo relajado que difícilmente podías sacar de tu cabeza. Y en medio de todo ella, con esa sonrisa mitad inocente, mitad perversa (bueno, 40 y 60 se ajusta más) y su inefable combinación de vestido y zapatillas. Pero Lily Allen fue más allá de un single exitoso catapultado desde myspace. En el 2004 lanzó Alright Still demostrando que, por encima de sus declaraciones chifladas y su vida en constante choque, había en ella una artista sin pretensiones de grandeza pero con el talento suficiente para firmar temas despreocupados y divertidos.

Y si se quedaba en un buen álbum también hubiese bastado. Pero tres años después de su debut se enfrenta el siempre difícil reto de superar un primer éxito instantáneo. It's not me, it's you sortea el escollo con creces. No hay duda, a la desfachatez de Allen hay que tomársela más en serio. Para este trabajo, la inglesa cambia las melodías relajadas con toques reggae que primaban en su debut y se adentra en el terreno del pop más electrónico. Exceptuando un par de líneas , evita ponerse solemne en la lírica y mantiene esa narrativa barriobajera que tiene a novios con problemas mentales y de pequeñez como principales personajes. Muta los vestidos y zapatillas por algo más fashion. Evoluciona en lo sonoro. Mantiene la esencia pendenciera. Coquetea más, pero aún puede patearte el trasero. El disco es parejo pero destacan esa suerte de country-perverso-futurista de Not Fair y la ternura, a pesar del título, de Fuck You –guiño a los Carpenters incluido-

¡Cierto! También está más rica.



Primero el orden


Tras los sangrientos sucesos en Bagua varias protestas aparecieron o se agudizaron en distintas zonas del país. Lamentable pero cierto: el alcance que tuvo el plantón en la selva evidenció la inoperancia del Estado al momento de solucionar conflictos (ni qué decir al momento de anticiparlos) propiciando con ello que algunos políticos y organizaciones radicales aprovecharan la coyuntura y la justa molestia de los pobladores en Apurimac, Cuzco y Junín para incentivar el bloqueo de carreteras y la toma de aeropuertos. A esto se le suma el manejo erróneo de algunos medios de comunicación que confunden la defensa de los necesitados con el aval de la violencia. Para muchos, incluso, cualquier intervención policial o militar es sinónimo de injusticia. De opresión. De genocidio. En otras palabras: tú protesta nomás que si algo te pasa es abuso de autoridad.
Que se entienda de una vez. No es de ultraderechas ni fascismo hacer prevalecer el orden. Todo lo contrario, forma parte del ejercicio democrático. La protesta es válida hasta donde afecta el bienestar de los demás y es en base a su legalidad o ilegalidad desde donde debe ser abordada.
Establecer puentes de diálogo entre el Estado y las poblaciones más necesitadas del país tiene que ir más allá de una medida de emergencia y volverse una constante a largo plazo. Pero es igual de necesario que prevalezca el estado de derecho frente a actos vandálicos que flaco favor le hacen no sólo a la estabilidad del país sino a los propios intereses de sus gestores. De los pobladores, claro está. Otros se revuelcan felices en el fango del caos.

lunes, 22 de junio de 2009

The Mummers o tristes canciones de sobremesa

Al igual que con Sufjan Stevens y Beirut, asistí el encuentro de The Mummers motivado por su condición de one-man-band. One woman band en este caso pues el pop delicado y elegante que revolotea en su primer disco es producto del talento instrumental de Raissa Khan-Panni, una inglesa con raíces indias que, a sus dotes con la guitarra, el oboe y el violín, le suma una de las voces más bonitas de la actualidad. Así de simple, así de enfático.
De formación clásica, Raissa supo darle a sus canciones –baladas tristes que saben a sobremesa- un preciosismo que no deja de ser preciso pues en cada una de las diez canciones que forman Tale to tell, arreglos e interpretación vocal están al servicio de la melodía evitando cualquier exhibicionismo innecesario, defecto usual en la mayoría de actos que pretender conjugar música clásica y contemporánea.
Una villa europea perdida en los mapas y en el tiempo. Una tarde de letargo sin más compañía que recuerdos de despedidas inconclusas. La voz de Raissa -a ratos frágil, a ratos convencida- nos lleva por los vericuetos de una tristeza que, sin embargo, guarda atisbos de esperanza. Una decena de cuentos sobre amores, bosques e incertidumbres. Uno de los discos más bonitos del año. Así de simple, así de enfático. Así de grandioso.

La función de lo intrascendente


El próximo miércoles, Simon y Cabañillas serán interpelados en el Congreso. El próximo miércoles hay función de circo. Y es que la esencia del otorongo convertirá una buena chance de demostrarle a la población que los sangrientos hechos de Bagua no serán pasados por agua tibia, en escenario para que los congresistas luzcan su inalterable capacidad de desperdiciar minutos en acusaciones de colegio, razonamientos a lo Chespirito y retórica de burdel.
El presidente García ha respaldado públicamente al Premier aunque a estas alturas Simon debe pensar “mejor no me defiendas, hermanito.” Quizá, como aconsejan muchos, lo mejor para el buen Yehude sea dejar el cargo con un mínimo de redención tras propiciar un dialogo -tardío e insuficiente pero diálogo al fin- con los nativos y contribuir así a la calma chicha que se vive en el país. De cualquier manera -con renuncia, censura o continuidad- queda claro que a pesar de sus capacidades como político y una promesa inicial de ser contrapeso a las arremetidas del presidente y el aprismo, Simon apenas pudo seguir la comparsa errónea del ejecutivo sin recibir respaldo alguno de una bancada que nunca lo cubrió.
El caso de Mercedes Cabañillas resulta más sencillo. Su responsabilidad en la muerte de policías es directa a pesar de sus constantes intentonas por tirarle la pelota a Flores Araoz –otro pelmazo- e incluso a mandos de la misma PN –a quienes, sin embargo, no duda en llevar como escolta/demostración de solidaridad a cuanta presentación se le convoque- pero en el caso de la Ministra del Interior, la defensa a ultranza del oficialismo hará que su presentación en el Congreso le resbale más fácil que gotita de sudor.
De cualquier manera, se llegue o no a la moción de censura, lo del miércoles difícilmente pasará de una nueva función de lo intrascendente, pirotecnia inservible para los problemas puntuales que generaron los sucesos en Bagua y amenazan con desatar nuevos conflictos en distintas regiones del país. No es ser pesimista sino real. Aunque a estas alturas –y en temas relacionados al manejo político del país- viene a ser la misma cosa.

domingo, 21 de junio de 2009

Bogart again


Las personas como nosotros, cereza, no están hechas para enamorarse. Pero sabemos amar.
Lo hacemos con el lenguaje afilado del cuento corto y la prohibición sensata de miradas hacia atrás. Somos mentirosos pero no hipócritas. Somos insensibles al tacto comprometido aunque nos conmueven los gestos mínimos si es que no piden recompensa. Si es que no piden redención.
Las personas como nosotros, cereza, son como apretados zapatos de gala. Perfectamente soportables para los doce pasos desde bar a la terraza. Fatales para el camino extenso de regreso a la cama.
Nos merecemos, cereza, ya sea por una escaza conciencia disfrazada de necesidad. O porque solo al lado del otro podríamos dormir serenos, con la convicción de que no ha de pasar mucho tiempo hasta amanecer con un puñal clavado en el pecho. Entonces estaremos bien.

El intratable Mister West

Tal como sucede con Calle 13 y el reggaetón, Kanye West se sale de los parámetros del Hip Hop y por eso es el más grande del género. Demostrándole a Eminem que no basta con la velocidad en el rapeo y a 50 cent que la actitud se basa en la controversia con ideas y no en llevar chaleco antibalas, el productor que se hizo cantante tras un accidente automovilístico posee la arrogancia habitual del Hip Hop. Pero tiene con qué sustentarla.
Canciones con sonidos funky, Arreglos que remiten a la época dorada del disco. Colaboraciones inteligentes con artistas alejados de su universo habitual y que, por ello, suelen enriquecer su música (nunca me ha caído tan bien Chris Martin como en Homecoming) West lleva tres discos a cuestas, entretenidos pero intransigentes, divertidos pero inteligentes, arriesgados en lo sonoro –si se les compara con la monotonía de sus competidores- y con una lírica que suele ir mas allá de las transitadas odas al culo femenino, el dinero y los diamantes.
808s & heartbreak es su último álbum pero si aún no le entras a Mister West empieza por Graduation, su mejor trabajo y magnífico ejemplo de que se puede hacer canciones digeribles sin caer en el simplismo ramplón. Did you realize that you are a champion? in their eyes.


Kanye West Champion Video Clip
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Campeona de ¿todos?

Creo que la única pelea de box que vi en mi vida fue una protagonizada por el" Macho" Camacho. Toda una decepción comparada con los épicos combates de Rocky Balboa frente a rivales imposibles como Apollo Creed o Ivan Drago. No cabía duda: el box era mejor en película. Nunca más me interesó.
A muchos les pasó lo mismo, influenciados no tanto por comparaciones entre púgiles reales y el personaje de Stallone como por la progresiva presencia de las mafias y las apuestas en los combates. Cada vez más cortos. Cada vez más falsos.
En el Perú, pasada la época de nombres como el legendario Mauro Mina o el díscolo y, sin duda, prospecto echado a perder por merito propio, Mario Broncano, el box venía formando parte del saco de deportes ignorados por muchos, seguidos por pocos y apoyados por nadie.
Entonces llegó Kina Malpartida.
Con la noticia de su reciente campeonato mundial, asistimos a un fenómeno muy parecido al de Sofia Mulanovich tiempo atrás: el de una deportista y una disciplina que apenas daban para un recuadrito ocasional en los diarios deportivos devenidas en noticia de primera plana y que vengan los Laureles Deportivos y Vamos Perú que sí se puede, carajo. En todo caso, y al igual que su sucesora mediática, Kina no decepcionó la atención prestada ni al cartel de esperanza peruana y, en siete asaltos, derrotó a una rival que pegó poco y aguantó hasta donde el referí consideró necesario.
Entonces todos entonamos we are the champions acorde al típico subirse al carro que tanto nos gusta y que, susceptibilidades aparte, no conlleva nocividad alguna sobre todo en un país tan escaso de triunfos deportivos.
Pero una cosa es poner Grande kina en el estado del Facebook y otra es decir -periodista desubicado- que con el triunfo de Malpartida asistíamos al resurgimiento del boxeo peruano en el panorama mundial. La afirmación no es solo exagerada... es peligrosa.
Porque el triunfo de la boxeadora responde, sin duda, a un trabajo constante y esforzado pero, hasta donde yo sé, desprovisto de todo apoyo estatal o privado (no, apoyo no es poner el logo en la lona del ring)
En todo caso, debería aprovecharse el momentáneo interés suscitado por Malpartida y su campeonato y buscar un apoyo real de políticos y empresarios que no durarán en sacarse una foto oportunista mientras dure la fiebre. Una foto, pero también un cheque.
Mientras tanto celebremos que el título se retuvo y se retuvo en casa. Con exagerado entusiasmo, pero sin estupideces que, en lugar de inmortalizar el momento, lo rebajan a vacua huachafería.

sábado, 20 de junio de 2009

Humprey Bogart says

Es evidente, cereza, todos mueren por tus piernas tornasol. Incluso yo quisiera tocarlas al compás de lo que sea que bailes cada sábado. Pero además me interesan las diminutas magulladuras de tus muslos y de dónde proviene esa marca en tu pantorrilla. Lo que trato de decir es que quiero saber de ti también en la resaca del domingo. Con el maquillaje corrido y el dolor de cabeza. Mientras tanto, cereza, procura darle un respiro a tu prisa. A veces es mejor quedarse en casa y dejar dormir a los demonios. No olvides que cualquiera mataría por un trago contigo. Pero ¿quién acepta tomar un café con tu mal humor? Ahora deja de llorar y bésame.

viernes, 19 de junio de 2009

¿Y ahora?


Civiles muertos.Policias muertos. Pizango en Nicaragua. Simon en malabares de despedida. Leyes derogadas. La oposición sin un norte claro y una nueva derrota para García. Más o menos así termina uno de los episodios más álgidos que le ha tocado enfrentar al presente gobierno.
Ineptitud, falta de comunicación, intereses ocultos, inflitrados, derecha, izquierda, mano dura o genocidio. La discusión ha de prolongarse hasta que un nuevo suceso capte la atencion de todos. ¿Entonces qué?
Y es que los trágicos sucesos de hace unas semanas provienen de un tema más profundo que la ley 1090. Son consecuencia de la sempiterna postergación que sufren millones de peruanos que no gozan de los beneficios del crecimiento económico, que no gozan de beneficios básicos; peor aún, que nunca gozan de nuestra atención... hasta que hay pirotecnia de por medio. Entonces se polariza la opinión entre quienes, capa y cartel en mano, se autroproclaman sus defensores y quienes, dedo incluido, los acusan de poco menos que satánicos. Todos tenemos algo que decir.
Pero cuando pasa el temblor vuelve la indiferencia. El síndrome del corto plazo. La terca negación a una realidad ajena a nosotros hasta que un ladrillo, una lanza o una bala nos hace voltear nuevamente... por un ratito.
Hace dos semanas los indígenas estaban en boca de todos, para bien o para mal. En dos semanas ¿nos acordaremos de ellos? ¿o su presencia será tan borrosa e insignificante con la fotito que adorna este post?

Beirut... Música de viajes, hecha desde un cuartito

Aunque se ha abusado del calificativo de "genial" en la música todavía hay artistas que lo merecen. Zach Condon es uno de ellos. Este cuasi adolescente con cara de perdido es el creador (y ejecutante casi exclusivo) de Beirut. Y Beirut es, aquí viene, genial.
De chico un accidente le hizo perder movilidad en su mano derecha. Abandonó la guitarra por un tiempo. Mejor para él, mejor para nosotros. Y es que a partir de ahí, Zach decide aventurarse en otros instrumentos como el ukelele, la trompeta y el acordeón. Eso, unido a una constante búsqueda de sonidos trashumantes, dio como resultado una "banda" (las comillas obedecen a que él suele tocar todos los instrumentos en un estudio montado en su cuarto) cuya música rezuma la melancolía de un viajero constante.Tiene dos discos publicados y cuatro Eps. Se recomienda usar audifonos para un mejor efecto.


La inconstancia es mi constante

Hola.
Entre los proyectos que nunca vieron un final -feliz o no- producto de mi inconstancia (tan tenaz como el entusiasmo inicial que me motiva) figuran:

- Cortometrajes sin editar
- Guiones inconclusos
- Novelas y cuentos que se quedan en bocetos mentales
- Canciones que casi nunca pasan de un demo mal grabado
- Dos agencias de publicidad
- Tres blogs
- Un intento de ser stripper que se quedó en dos días de gimnasio.

No he rastreado los orígenes de esta patología aunque bien se podria justificar con un "nadie es perfecto"
En todo caso trataré, una vez más, de mantener un cierto ritmo con este blog.

Marlowe lo querría así.