miércoles, 30 de septiembre de 2009

Fragmentos de una vida adulterada por la adultez

Párrafos sueltos de una historia que escribi hace dos años. El inminente cierre de un ciclo me anima a postearlos.

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Hasta esa noche, la esquina no era más que un vértice anónimo, desprovisto de historias y atribulaciones. Tantos universitarios buscando un refugio para las noches de sábado, cientos que poblaban las calles de Santa Isabel y ninguno la había tenido en cuenta como cubil para emborracharse de manera digna y solapada. El hallazgo, entonces, era exclusivo de Los Pistones y, siendo más específicos, de Sergio que, botella en mano, guiaba a una tropa de cinco solitarios, cada quien en su propio y peculiar universo, rumbo a otro jueves sagrado. Desterrados voluntariamente de los bares aledaños, donde la música estaba siempre tan alta como para no oírla ni oírse, Los Pistones solían ir de jueves en jueves, de un lugar a otro para beberse un Ron, conversado entre cigarros. Errantes hasta ese entonces, una vez que acomodaron su fundillos gastados en esa porción de concreto virgen no cambiaron de lugar, al menos no para sus tácitas celebraciones a corazón abierto. La ubicación era perfecta, justo a mitad de un callejón oscuro a espaldas del Hotel Angolo, lo suficientemente oculta como para que lleguen ahí sólo los que debían llegar y convenientemente cerca para ver al resto de universitarios saliendo de sus casas y pensiones, comprando cerveza en el grifo o tomando un taxi rumbo a otra parte de la ciudad. Cuando Martín dijo que la esquina era como ellos pues se ausentaba del resto para seguir mirando el mundo nadie le hizo caso, siguiendo la regla tácita de hablar de asuntos importantes sólo mediante el lenguaje de la ironía o la broma cruel. Pero era verdad, a partir de esa noche, aquel rincón se convirtió en guarida de cinco tristes tipos que, sin el hallazgo de ésta, se hubieran condenado a deambular, cada jueves de su breve historia, en pos de un sitio reposado donde agitar sus pensamientos.
- ¿está bien acá?
- Sí, prepara el Ron de una vez

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Para Los Pistones embriagarse no era sólo cuestión de injerir alcohol hasta perder el equilibrio, era un proceso más complejo que empezaba desde la colecta para comprar el Ron -el mejor sondeo para determinar la situación económica y anímica de cada uno, pues era usual que el melancólico de la noche coloque más monedas en el pozo común – el ritmo con el que tomaban dependía también de los ánimos y tribulaciones de cada jueves, en algunas ocasiones la jarra demoraba horas en vaciarse mientras que en otras acababan por mezclar el Ron y la gaseosa directo en sus bocas ante la indignación de Sergio y su concepción casi religiosa de la preparación del trago perfecto, aunque al final hiciera lo mismo entre risas atragantadas. Para Los Pistones emborracharse podía ser un medio para ser felices o un fin en su propia nostalgia, lo cierto es que rara vez bebían sin hablar, cada vaso estaba acompañado de confesiones, miedos y risas lo que no quitaba que, de cuando en cuando, alguno se quedase pegado con la mirada divagante en el horizonte mientras las rondas de alcohol seguían pasando de mano en mano, de historia en corazón. Para Los Pistones tomar en aquella esquina que habían hecho suya era lo más parecido a una terapia sin veredictos ni recetas. El Ron, por otra parte no era su bebida oficial por mera coincidencia. A diferencia de otros licores, aquel trago con pasaporte caribeño era aún considerado por muchos como una bebida inferior, satanizada al comienzo, denigrada luego y destinada por años a canteras donde el vino era muy respingado para entrar. Entre los alumnos de la Facultad tomar Ron era un acto menor, reservado sólo para casos de emergencia cuando el dinero no diese abasto para la cerveza o el whisky. Para ellos, no obstante, resultaba un miembro más de su cofradía de perdedores incomprendidos; el Ron, sin duda alguna, tenía un destino bastante similar al de Los Pistones, el de la minoría relegada que observaba entre trágica y burlona como eran otros los que se llevaban los laureles inmerecidos que ellos, por su propia desidia, ni siquiera llegaba a aspirar o beber.


2 comentarios:

Neca dijo...

Había olvidado lo q se sentía encontrar un lugar para mí y mis necias en esta insipiente ciudad... confesiones hechas en largas madrugadas y siempre en compañía de un vino (debido a las malas experiencias con el ron). Luego creces y viene lo demás... la gente parte. Y todo se vuelve nostalgia.
Buen post, muy bueno

Mlogger dijo...

es la primera vez q leo sobre los pistones. aun espro q salga publiado para leerlo todo. grandes tipos, y sedientos tb. espero q en la capital encuentren tb su esquina