jueves, 17 de diciembre de 2009

El tango de la memoria incierta

- ¿Crees que lo encontremos?
- Seguro, siempre está parado por aquí.

El aguacero quiteño empezaba su monotonía vertical pero mi colega estaba confiada de dar con él. No hubo que esperar mucho para corroborar sus predicciones. En mitad de la avenida Venezuela, protegiéndose de la lluvia bajo el techo de una tienda de trajes usados estaba el músico. Aunque no tocaba canción alguna llevaba la guitarra en clara posición de alerta. Nos acercamos. No pareció notar nuestra presencia hasta que le toqué el hombro.

- Disculpe, señor, ¿será que podemos conversar un ratito con usted?
- Yo no tengo ningún problema –fue su respuesta categórica-
- ¿Nos sentamos en algún lugar?
- No, yo nunca me siento cuando trabajo.

Una hora después seguíamos en el mismo sitio, de pie y con la lluvia entrometiéndose en la conversación. Atanasio Vedoya empezó su historia dejándonos en claro que ahí, en el escenario de una calle transitada o en cualquier escenario, su nombre artístico era Miguel Monterrey. Ochenta años cumplidos, una vida errante y a tantos errática “porque usted sabe, los músicos son como los gitanos” me dijo esbozando una sonrisa inquieta bajo su gorrita de cuero negro.

Empezó a tocar guitarra junto al mismo muchacho que, asegura, secundaba a Carlos Gardel en sus inicios barriobajeros. Poco a poco fue sumándole talentos a su jornada: el canto en primer lugar y la composición después. Su memoria dicta que grabó treinta temas con orquesta en su natal Buenos Aires antes de partir hacia lo incierto en 1994. Dice que pudo ser famoso en Argentina, pero prefirió el anonimato errante aunque no desprovisto de triunfos a punta de canción “He estado en todo Sudamérica y siempre me han tratado bien, en Perú conocí al presidente Fujimori y en Colombia canté dos meses en un programa que se trasmitía a nivel nacional.” Como quien mete hojas sueltas dentro de un libro de tapa dura, Don Miguel intercalaba historias de famosos entre las páginas de su propia biografía. Atahualpa Yupanqui, Charles Chaplin y sobre todo Gardel asomaban en el relato mientras los goterones cada vez mas gruesos mojaban los billetes desaliñados –soles, pesos, y hasta jubilados sucres- con los que había decorado su guitarra.

La incertidumbre empezó a asomar a medida que intentábamos despedirnos y él encontraba una nueva y “última” historia que contarnos. Y es que más que una conversación, lo de aquella tarde fue el monólogo tardío de un anciano afable. Pero ¿cuánto había de cierto en sus historias? La inverosimilitud de algunos pasajes de su carrera –que de pronto se extendió no sólo a músico sino también a cómico y director de cine- y ciertas contradicciones de tiempo y espacio pusieron entre nosotros y don Miguel una nube invisible de dudas que él trataba de sortear con una nueva e increíble anécdota. Como cuando fue a cantar donde unos mafiosos, como cuando se peleó con una reconocida actriz, como cuando le ofrecieron ir a Europa… ¿Es posible tanta aventura?

¿O será acaso que no queremos creer? Pensé ¿Será que incluso a un lugar tan propicio para la ensoñación y el recuerdo como el Centro Histórico de Quito había llegado la incredulidad de una época donde se ve demasiado pero se mira poco? A lo mejor no es que no existan gitanos errantes y músicos que pasan el día a día con cinco centavitos de felicidad sino que nos negamos a verlos más allá de la ficción. Miguel Monterrey interpretó con voz casi apagada un tango sin costo alguno antes de guardar su herramienta de trabajo y echarse al bolsillo las pocas monedas recolectadas durante la jornada. Como colofón a su relato nos dijo que planeaba irse a México no sin antes grabar un tema compuesto especialmente para Quito. “Mañana tengo la primera grabación. Que el de arriba les premie” dijo antes de retirarse. Buena suerte Atanasio. Buenas tardes Don Miguel. Queda la incertidumbre sobre la verdad de sus palabras. Aunque tras unos pasos decidimos –qué más da- creerle todito.
Como dice un tango de Piazzolla

¡Loco! Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.

(foto de Alegría Acosta)

La naranjilla mecánica, como si Kubrick viviera

Lo mejor de este lugar que uno no termina de enterarse de qué va. Supuestamente es una galería de arte con vocación de café. Pero también es un restaurante psicodélico y hasta una discoteca fulgurante. Ya de entrada uno descubre que la fachada -recatada como niña de escuela católica- es precisamente eso: pura fachada. Tras un breve pasadizo empiezan los cuartos infinitos cada uno más extraño y cómodo y deslumbrante y nuevamente extraño que el otro. Hay desde la sala de peluche, aniñada, con sus almohadones de zebra, hasta una zona que parece sacada de Mad Max, aquella película de ciencia ficción que lanzó a la fama a Mel Gibson. Tanto ambiente bizarro te provoca echar una canita al aire a la normalidad del día a día y descuida, los mozos lo saben de antemano por lo que junto a la carta te entregan un cuaderno donde, cual niño que descubre el poder del lápiz, puedes rayar a discreción sobre las hojas blancas mientras te preparan un cuba libre. Las exposiciones son siempre inquietantes y el decorado muda cual piel de serpiente. Como para sentir que no se entra más de dos veces al mismo sitio. Kubrick asentiría emocionado.

Vértigo religioso

Se divisa desde casi cualquier punto de la ciudad; ella controla a Quito entero en su forma de serpiente. Construida a partir de 1873 como un homenaje al Sagrado Corazón de Jesús, La Basílica nos recibe imponente. La reverencia es obligatoria, también el silencio. Sin embargo, a diferencia de muchas iglesias, ésta no sólo hace postrarnos ante su majestuosidad –comparada por algunos con las de San Patricio o Notre Dame- sino que nos invita a formar parte de su vista magnánima previa penitencia corporal.

La imponente fachada, sus veinticuatro capillas como veinticuatro las provincias de Ecuador, el panteón de los gober
nantes, las sempiternas columnas ancladas sobre una colina, los apóstoles y evangelistas que desde lo alto resguardan la nave central… todo queda en segundo plano comparado a la adrenalina de subir al campanario de la Basílica. Si se tiene alma –y sobre todo el físico- de
deportista, se puede hacer la totalidad del camino a pie. Si sobran intenciones pero faltan las fuerzas un elevador nos puede dejar en el tercer nivel. A partir de ahí empieza una verdadera ascensión al cielo. Son 235 escalones que van progresivamente de la seguridad del concreto simétrico hasta el endeble acero de líneas verticales donde hay que trepar usando manos y pies y nervios templados. A medida que se sube uno puede ver a, por un lado, las gárgolas con formas de reptiles y anfibios pertenecientes a la fauna ecuatoriana cuyas fauces amenazantes custodian la fachada principal y, por el otro, en una línea perfecta y a lo lejos, la virgen del panecillo haciéndole venia a nuestra aventura.
La primera parada es dentro de un reloj. Estar dentro de una maquina reguladora del tiempo que se jubiló en 1993 hace inevitable alguna breve reflexión, algunos incluso han dejado constancia de su pensamientos en las paredes blancas que sostienen el círculo gigante del reloj, como aquella amante anónima que, usando tinta roja, juró querer a Marco por siempre para que nunca le olvide, de esto no hace cinco años ¿cumplió su promesa? El tiempo, el implacable, el que pasó. Seguimos subiendo y las escaleras son cada vez más difíciles y el aire golpea con mayor fuerza las mejillas recordándonos que nuestra fragilidad es directamente proporcional a la altura
que vamos alcanzando.

Nos reciben tres campanas y sus respectivas sogas para hacerlas sonar como una travesura infantil cerca a las nubes. Si en el cuarto de abajo tenemos la sensación de custodiar el tiempo en éste podemos controlarlo. El ruido mojado y su reverberación que en otros tiempos regía la vida
de una ciudad entera. Queda poco para la cúspide. Se mezclan las sensaciones de poder y sumisión, ser inmensos e insignificantes. El último cuarto no tiene piso sino vigas entrecruzadas donde más que caminar se hace acrobacia. Aberturas diminutas en las esquinas de la cúpula nos invitan a conocer el vértigo.
Estoy en una de las cuatro esquinas exteriores del cuarto más alto de la Basílica. Una porción de concreto que apenas deja espacio para sentarse en un desafío a la sensatez. Mis pies cuelgan y el aire, ahora sí, no sólo sirve para respirar sino también para temer. Desde este punto las casas y edificios de Quito son apenas triangulitos y rectángulos de colores, los autos son hormigas y las montañas compañeras de altitud. Solo queda estarse quieto y en silencio. Ya el descenso nos devolverá progresivamente al ruido del mundo.

(fotos de Alegría Acosta)

¿No gusta pasar a tomar una tacita de café?

Esta es la historia de un padre y un hijo que se hicieron amigos por el trabajo. También es la historia de una convivencia silente entre la tradición y la modernidad. Todo, en la cafetería más antigua del centro de Quito.

Cuando la caja registradora se posó en el mostrador de La Modelo, Don Guillermo Báez supo que había perdido la batalla contra los nuevos tiempos. Aquella máquina llena de números diminutos y teclas enigmáticas representaba el posicionamiento definitivo de una era distinta en su cafetería de toda la vida.

Hasta ese entonces, fiel a la tradición que fundó en 1950, las cuentas del local se hacían a mano y confiando en la honestidad del cliente que se acercaba al mostrador a decir lo que había consumido. La llegada de un aparato insensible que
evitaba la trampa y agilizaba el movimiento en la cafetería fue el pináculo de la filosofía de cambios que Guillermo Báez (hijo) venía proponiendo desde que empezó a trabajar junto a su padre, primero con el miedo de un principiante, luego con la autoridad de quien aprende los secretos de un negocio que, más que económico, siempre fue sentimental.

Sin embargo esta “batalla” nunca fue una lucha de egos sino una conversación prolongada para darle algo de funcionalidad a una cafetería que jamás perdió su esencia. Así pues, aunque Don Guillermo no volvió a cobrar las cuentas ahuyentado por el nuevo inquilino de metal, la sencillez afable con la que solía atraer comensales se mantuvo. Y se mantiene aunque ya son tres años de su ausencia.

El local tiene la simpleza de un café tinto servido en taza blanca. Mesitas circulares cubiertas de
manteles a cuadros, dispersas en simétrico desorden. Desprovisto de
adornos innecesarios, La Modelo es propicia tanto para un desayuno rápido como para una merienda apacible viendo caer la lluvia. Del padre –estricto pero entregado- quedan la atención esmerada, los helados y el ponche artesanal que le ha valido a La Modelo más de un mención en la prensa y un eterno reconocimiento de la gente que frecuenta el centro de Quito. El hijo modernizó la administración e inauguró un segundo piso para que nadie se quede fuera. Los cuadros que cuelgan de las paredes son bitácoras desteñidas de una historia familiar: fotos, afiches y recortes de periódicos que hablan tanto de la tradición del primer Guillermo como de la perseverancia del heredero, todo esto mientras por entre las rendijas de la diminuta cocina se filtran olores que valen más que mil palabras.

Bonus Track: Una tarde aparece un tipo que saluda a Guillermo hijo con inusitada amabilidad para un desconocido. “usted no sabe quién soy, pero su papá una vez me sentó en una mesa con una joven desconocida debido a que el resto de mesas estaban ocupadas. Bueno, ella ahora es mi esposa” dicen que dijo.

martes, 15 de diciembre de 2009

Catarsis, volumen II

Mediante el presente texto yo, Iván Castro Marchán, de nacionalidad peruana y con documento de identidad 42559747 me presento ante ustedes y expongo mi aversión hacia lo siguiente:

Hacer promesas, creer en ellas, no cumplirlas, volver a prometer. La renovación estúpida del ánimo bajo pretexto de “todo estará mejor.” La confusión de amistad con borrachera. La confusión de borrachera con honestidad. La confusión de honestidad con falta de tacto. El súbito sentimiento de peruanidad –merced de Gastón y Un lunes señor Vallejo- bajo el cual muchos esconden el sarro perenne de racismo e intolerancia que llevan en los calzoncillos. Los munditos intelectuales y la gente que los habita con actitud respingada hacia todo lo que no sea olerse entre ellos el tufo de su talento sobrevalorado. Los relojes caros, los pantalones baratos. Los dvds que vienen rallados y los audífonos que se malogran al segundo uso. La carnicería disfrazada de eficacia que cotiza en Lima. El letargo disfrazado de pausa que se acartona en las provincias. La estupidez de la música bailable pero más aún la patética superioridad de quienes le hacen asco. El que reclama al cobrador mientras bota una cáscara de plátano por la ventana. Los que dicen “yo no veo futbol peruano sólo la champions”. Las chicas que no besan con lengua, los que niegan que aún se masturban. Los rateros con buenas tabas, las putas que lloran en vez de cobrar y los maricones (que no es lo mismo que los homosexuales) Los que creen que no es con ellos, los que creen que todo es con ellos. Las enfermizas acepciones de rebeldía, arte, libertad y estética del nuevo siglo. Los libros de Coelho. Los que reniegan de Coelho aunque no puedan escribir un párrafo decente. Los que se drogan por joder, los que no se drogan por incordiar. Las aberraciones del idioma disfrazadas de jerga. Decirle “Gabo” a García Márquez, escribir io en vez de yo. Las resacas que no valen la pena. Viajar en pasillo, perder el último cigarro, venirse antes de tiempo, las baladas que riman corazón con canción, el insomnio, la vara, la ociosidad. El temor de herir a alguien. El confundir ese temor con cariño. El nunca pero nunca saber…

Lo patéticamente tópico de este post.

El recuento

Hacer listas de fin de año es un clásico. Claro que para que este ejercicio tenga cierta validez es necesario dominar con amplitud el campo sobre el cual se evaluará lo mejor o peor de los últimos doce meses (música, cine, literatura, fútbol o pornografía) Qué diablos, aquí una breve y antojadiza selección de un 2009 que, en lo personal, despido más con un “lárgate de una vez” que con un “fue un placer”. Coincidan o renieguen…

Mejor película: Enemigos Públicos (Michael Mann)


¿Cine comercial que asegure la taquilla o cine de autor que defienda una estética? A esa eterna interrogante Mann responde con un ¿y por qué no ambos? Aprovechando la textura, por muchos repudiada, que brinda el uso de una cámara digital, el director reinventa el cine de gansters con una historia clásica: el asenso y caída de John Dillinger, una suerte de Robin Hood de los años treinta. Buenas interpretaciones, logradas escenas de acción y un tipo dispuesto a morir antes que transar con su forma vida. ¿Algo más? Sí, Marion Cotillard… perfecta.

Mejor canción: Wheels (Foo Fighters)


O cómo alcanzar la madurez musical sin que ésta sea sinónimo de aburrimiento. Una de las dos nuevas canciones que Grohl y compañía grabaron para su disco de grandes éxitos, Wheels suena a rock and roll clásico en tiempos en que el término es casi una broma de sí mismo. Como para despejar toda duda: mitos aparte, los Foo hace rato superaron lo hecho por esa otra banda en la que el buen Dave era baterista. When the wheels come down…When the wheels touch ground…

Polvo de estrella: Michael Jackson, This is it

Como es usual en este ingrato mundo, tuvo que morir Jacko para que, oh sorpresa, se redescubra que –polémicas aparte- era un artista descomunal. En ese aspecto, la ¿película? ¿Documental? de Ortega demuestra –sin ningún intento de trascendencia- que, sin importar cuan delgado, pálido y ausente de la realidad estuviese Michael, le bastaban tres minutos y un par de giros para dejar tirando cintura a cualquier artista pop actual. Un genio cuya redención debió llegar un poco antes.

Tv que no es basura: El inefable House

Aunque la serie empezó hace cinco años recién este 2009 tuve el placer maratónico de conocer al hijo de puta más entrañable de la tv. Un doctor que, cuando no hace las labores de detective noir a la caza de enfermedades imposibles, nos muestra con crudeza que, después de todo, la civilización es solo un maquillaje hipócrita que oculta perversiones primitivas y, ocasionalmente, algo de bondad. Adictivo, como el vicodin.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Goteras en el piso



Puedo fingir la sinopsis de escribir sobre uno mismo
y regatearte primaveras en temporada de frío
hace tiempo que mis viajes son un nudo inexplicable
de fronteras

puedo ser la bungavilia que topas de mañanita
un horario de inconstancias adecuado a tu sonrisa
se me fue la ultima vez en que temblaron mis pies
por un beso

cuando sea mañana y maduren las campanas
rectificaré el error, el exceso de emoción
pero esta noche quién le cuenta a los rincones
que el lunes de carnaval ahora es martes de esperar
y que te espero

puedo espiar el callejón, retrasar un día el reloj
madrugadas sin azar, opción de inmortalizar
el penúltimo detalle de querer es arroparse
con el viento

puedo atarte los zapatos, desnudarte sin atajos
los peores disidentes son aquellos que no mienten
olvidé tomar el tren, me he quedado en el andén
de un "casi siempre"

y quizá mañana cuando filtre la ventana
los destellos de tu voz te hallaré en un malecón
pero a estas horas quién le cuenta al calendario
que ha empezado a importar la arbitraria soledad
de estar tan solo

Bájala aquí

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Grimanesa post Mistura (o cuando "comida tradicional" es más que un antojo)

La esquina es su cómplice. Una esquina de Miraflores que resiste a formar parte del monstruo de cajas gigantes y apretujadas que sigue extendiéndose –para arriba y para los lados- del distrito. Una esquina de barrio, al lado de un colegio fiscal y frente a una bodega. Ahí sigue doña Grimanesa, diminuta y con anteojos, preparando anticuchos cuya mejor descripción será siempre un “venga y pruebe” antes que cualquier intento vano por distraer los sentidos de una experiencia inolvidable.
Han pasado ya tres años desde que Gastón Acurio la diera a conocer en su programa y unos meses desde que Mistura terminase de propagar la popularidad de su talento con la misma eficacia con la que el humo que desprende su parrilla inquieta la espera de sus comensales. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Grimanesa Vargas no utilizó el trampolín mediático para montar un local con dudosa decoración, subir los precios, reducir las porciones o contratar siquiera a alguien que seque el cansancio de su frente mientras transforma -de lunes a sábado y de 7 a 11- trocitos de corazón en pura felicidad. Nada excepto un collage de fotos de Mistura impreso en mediana resolución junto a la parrilla evidencia la –justísima- reverencia que le han rendido a esta señora y su sazón. Ella agradeció tímida y siguió trabajando. El sabor es el mismo. El ambiente también.
Y no es dormirse en sus laureles (cuenta con página web y grupo en facebook) o falta de ambición (el sueño de exportar está latente) Lo de doña Grimanesa Vargas pasa por una convicción infranqueable de que lo bueno no debe cambiarse. De un respeto a la escencia que le permitió alimentar a sus hijos dándole un gusto a miles de limeños y de no dejar que las lucecitas breves de la fama la distraigan más de la cuenta. Toda una lección para miles de "emprendedores" que, con menos méritos y menos cobertura, confunden el progreso con dar la espalda a las raíces.
Una esquina de barrio. Hacer primero una fila y luego el pedido. Esperar. Comer. Ser feliz.
Por suerte en la esquina de doña Grimanesa, los anticuchos siguen siendo de corazón.

Dos ibéricos cantores

Con apenas unas semanas de diferencia Alejandro Sanz y Joaquín Sabina –dos de los compositores españoles más importantes de los últimos años- lanzaron sus nuevas producciones Paraíso express y Vinagre y rosas, respectivamente. Después de varias escuchas a cada álbum he aquí las reseñas.

Ni es lo mismo… ni es mejor.
Cuando terminé de escuchar Más, la genial obra que lanzó Alejando Sanz en 1997 tuve –al igual que muchos- la convicción de que difícilmente podría superar las cotas alcanzadas en aquel álbum. Doce años y cuatro discos después la afirmación sigue vigente. En todo caso si algo no se le ha podido negar a su música es la vocación por no estancarse y seguir buscando nuevas tonalidades al romanticismo. Es así que con altibajos pasó de un intento por volverse más ambient (el alma al aire) a un coqueteo con sonidos más urbanos (No es lo mismo) y así sucesivamente con, ya se dijo, disímiles resultados.
Sin embargo en Paraíso express Alejandro Sanz ha optado por llevar sus canciones a terrenos previsibles, a los estándares sintéticos de la balada más ramplona, ésa que suele poblar las radios del corazón. El trabajar junto a Tommy Torres –productor detrás de Ricky Martin, MDO, Jaci Velásquez y otras joyas- ha hecho que el sonido de Sanz –que era todo menos complaciente- se vuelva demasiado predecible, sin identidad más allá que la que da su voz. El fallido duo con Alicia Keys solo alcanza para comprobar que dos buenos artistas no resultan necesariamente una buena colaboración. Y aunque el talento no se ha esfumado del completo y en algún tema logra salir más o menos airoso lo cierto es que Sanz la tiene difícil en su siguiente álbum si es que no quiere volverse un baladista del montón, un anónimo relleno de la hora de la secretaria sin mayor trascendencia.

Carraspera sin riesgo.
Y si Alejandro Sanz optó por sonar como el resto, lo de Sabina es sonar como él mismo sin concesiones. Es así que el Flaco de Úbeda vuelve con un disco fiel a los parámetros que trazó desde su anterior trabajo, Alivio de Luto: nada de música sobre producida, tan solo guitarras simples, arreglos preciosistas y el despojo de todo adorno innecesario en las canciones.
Las letras sin duda vienen con la marca Sabina: mucha referencia al cine, la literatura y a su leyenda de ex bohemio devenido en señor; metáforas y figuras propias de la poesía más que la música popular y, en suma, un trabajo sobresaliente –aunque por momentos cansino- en lo lírico. La música, ya se dijo, sigue el lindero del disco anterior lo cual da como resultado canciones sosegadas con una que otra aceleración que, sin embargo, no sacude demasiado.
Con todo es un trabajo que no defraudará a sus seguidores aunque resulta imposible –al menos en mi caso- no echar de menos al Sabina de discos como Yo mi me contigo o 19 días y 500 noches (acaso sus mejores trabajos) en los que llevaba su voz aguardientosa por los terrenos del bolero, la ranchera, el rock and roll crudo y hasta el rap sin ruborizarse siquiera.
Ese Sabina arriesgado e insolente se ha calmado -un poco, claro, tampoco hablamos de un artista en decadencia-cambiando el arroz con mango de estilos que hacía suyos gracias a las marcas inconfudibles de su voz y sus letras, por un sonido más adulto contemporáneo.
Pone, pero ojalá no sean solo medios tiempos lo que escuchemos a partir de ahora.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Dulce Sofía



Nada en su interior
un flujo, un reactor
presagiaban los espasmos de su voz
primero una inyección
en dosis de pudor
luego sus brazos describiendo un ascensor

¿quién le dijo que la luz seguía en ambar?
¿quién le dió un empujón?

descalza y a color
dejó atrás primaveras
veranos naranja y una noche buena
máquina fatal
sexo occidental
un artefacto para ganar velocidad

¿quién le dijo que la luz seguía en ambar?
¿quién vició su corazon?

dulce Sofía
no cree en para siempres de aerosol
dulce Sofía
ve morir la tarde mientras Bob
cree poder estimularla
rasgando like a rolling stone
Sofía quema sus pestañas
con fotos polariod

nada en su interior
un flujo, un reactor
presagiaban el abrupto de un error
máquina fatal, sexo vertical
un artefacto para ganar velocidad

¿quién le dijo que la luz seguía en ambar?
¿quién puso ácido en el ron?

dulce Sofía
no cree en para siempres de aerosol
dulce Sofía
ve morir la tarde junto a Bob
dulce Sofía
duerme en parques para no pedir perdón
dulce Sofía
consigue muestras gratis de dolor

Bájala aquí

jueves, 5 de noviembre de 2009

Sorprendidos



Sorprendidos por el sol
un domingo atípico
los mariachis aún dormían los rezagos del alcohol
él lamió su corazón
le supo a helado de limón
un ferrocarril silbaba un pasodoble en si bemol

calla y bésame
que las cadenas van debajo de mi piel
calla y bésame
que no es tan es fácil, volverse frágil

sorprendidos por el sol
todo el pueblo despertó
del forastero no quedaba ni una mota de polvo
de la niña crepuscular
no se supo nada más
alguien dice que en las madrugadas la oye llorar

calla y bésame
que las cadenas van debajo de mi piel
calla y bésame
que nunca es fácil, volverse frágil
calla y bésame
que tus devotos sangran sus sueños de fe
calle y bésame
que no es tan fácil amar a un angel

que nunca es fácil amar a un angel
calla y bésame

¿Te gustó? ¿algo? ¿un poquito? Bájate la canción aquí

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Sounds like teen spirit

Un adolescente en su cuarto jugando a ser estrella en medio de posters y discos de sus ídolos; almohadas que se transforman en baterías y peines que se vuelven micrófonos. Mika regresa dos años después de Life in cartoon motion -su exitoso debut- con una producción que pretende capturar la incertidumbre esperanzada de sus años mozos en un puñado de canciones. La banda sonora de los primeros pasos hacia la dolorosa adultez: The Boy who knew too much. Y el disco suena y el muchachito empieza a bailar.
La placa sirve para sentar definitivamente el sonido Mika que no es otra cosa que un vestido moderno que brilla con lentejuelas del pasado: Queen, Elton John, los viejos musicales made in Hollywood y el electropop de comienzos de los ochenta. Las coordenadas son facilmente detectables, pero también lo es el talento del británico para confeccionar con ellas canciones que no suenan a copia. Canciones que divierten aunque a veces caen en excesos de producción y otras tantas se animan brevemente a explorar sonoridades más reposadas.
A fin de cuentas ¿Qué es la adolescencia sino la búsqueda -no exenta de metidas de pata- de un estilo propio a través del buceo en otros ya existentes?
Una pequeña gema pop sin destino de eternidad pero lo suficientemente durable como para grabarte un par de estribillos en la cabeza.
¿Algo más? Sí, lo mejor: We are golden! primer sencillo y primera canción del disco. Una oda moderna al anacrónico tema de la juventud como rebeldía, de la rebeldía como canción. De la canción como pretexto para sentirse rey (o reina) del planeta entero así sea durante tres minutos. Para escuchar una y otra vez. Y es que...
Who gives a damn about the family you come from?
No givin up when you’re young and you want some

Besos con maquillaje.

Golpes de batería. Gritos de guerra y guitarras afiladas reventando los parlantes. Rock con testosterona, con huevos, con actitud. Sin humildad y sin conseciones: El rock como una maquinaria implacable para conquistar el mundo.

Las viejas bestias rugen con nuevos riffs. Al regreso de Metallica y AC/DC se suma Kiss con Sonic Boom, una producción que, al igual que las nuevas placas de sus colegas, apuesta por el camino del old school.

Y si en Metallica el retorno pasa por la rapidez y en AC/DC por la contundencia, lo de la banda liderada por Paul Stanley y Gene Simmons es una vuelta al espíritu lúdico y sobre todo grandilocuente de sus mejores trabajos: canciones que venden diversión, canciones para ser cantadas no en la introspección de tu cuarto sino en la inmensidad de un estadio junto a otros miles rendidos a la parafernalia de los caras pintadas, a su rock de bisutería (porque, tal como cuenta la leyenda, mientras todas las bandas aspiraban a ser como los Beatles, Kiss siempre quiso ser como la Coca Cola)

Ahi están los coros pegadizos sobre una base de hard rock. Ahí los gritos de Stanley (con más de cincuenta años a cuestas, su voz sigue alcanzado notas heróicas) y el estilo punk al cantar de Simmons. Ahí los himnos al sexo, al rock and roll, las borracheras y los amigos. Kiss nunca quiso arreglar el mundo. Quería comérselo entero. Con Sonic Boom lo vuelve a lograr durante el tiempo que duran las once nuevas canciones.

Sobra decir que si nunca comulgaste con la banda sigue tu camino, hermanito, y no te hagas bolas. Si eres parte de la Kiss Army no saldrás decepcionado. Si es tu primera vez ante la lengua y el maquillaje... lame y disfruta. Ideal para escuchar con audífonos, a todo volumen y olvidarse de lo jodido que suele ser el mundo sin pirotecnia.


jueves, 22 de octubre de 2009

Muerte en ciudad vendida

Como cada mañana, Chavela daba las gracias y maldecía por igual. Detestaba la basura que los facinerosos tiraban sobre el agua que, kilómetros arriba, en su caserío, servía para lavar la ropa y preparar el arroz, pero no podía ignorar el hecho que, de esa misma mierda de ciudad, obtenía las botellas y plásticos que luego vendía en el mercado como una de sus tantas formas para ganarse la vida.
La mañana del 20 de septiembre, sin embargo, ningún pensamiento pudo lograr ese equilibrio habitual de reniego y satisfacción ni ahuyentar la miseria que sintió en el estómago al encontrar un cadáver en medio de una montaña de botellas plásticas que, segundos antes, avizoró con codicia resignada. Aunque apenas miró al hombre por algunos segundos antes de salir gritando, Chavela tuvo en claro dos cosas: el tipo estaba realmente muerto y, por las marcas sanguinolentas en todo el torso desnudo, su muerte no había sido pacífica.
A dónde iría a parar la ciudad de Piura que ya no sólo echaba basura a su río, sino también hombres asesinados.

A las 11 de la mañana el sargento inspector Modesto Dogo buscaba una vez más la manera de borrar los mensajes de texto que enviaba desde su nuevo celular. Aunque Dora sabía de la importancia que tenían para él los pocos objetos que consideraba privados en su vida, la sola posibilidad de que su señora descubra el romance con una de las cocineras de la cafetería donde solía almorzar cuando estaba de servicio lo asustaba más que cualquiera de las cuatro veces en que tuvo que dispararle a un hombre. Zigzagueaba sin éxito el pulgar por entre las diminutas teclas cuando Mariella irrumpió en su oficina, llenando el ambiente rancio del lugar con ecos de su perfume de niña bien.
“¿qué haces aquí, chiquilla?” pensó Modesto como cada vez que la veía entrar –bella y disonante- al cubil gris de la comisaría. De apellido barroco e imponente en Piura, graduada con honores en Comunicación, había entrado hacía dos años a practicar con ellos como parte de un requisito académico. Lo que empezó, sin embargo, como un trabajo breve destinado a mejorar la imagen de la dependencia, atendiendo con cara amable los reclamos de robos efímeros y golpizas familiares, se convirtió en la vocación definitiva de la muchacha. Para cuando le tocaba ejercer su carrera estaba más que decidida a quedarse en ese universo donde su rostro frágil destacaba del resto pero donde también era tratada como el más silvestre de los cabos en un día de prisas y lisuras. Lo hizo en desmedro de una oficina propia en Lima, donde la esperaban para ponerle un traje pegado a sus caderas luminosas y un rótulo para atender a niños rubios quejándose sobre sus nuevos aparatos. En los últimos meses incluso, Dogo notaba cómo la joven empezaba a acompañar en las investigaciones, siempre callada aunque con una idea cuando menos sensata lista para compartir si se lo pedía.
“Pura casualidad, detective, encontré lo que me gusta hacer de pura casualidad.” Todo lo contrario a tu caso. ¿Verdad, Dogo? Desde que eras un niño rechoncho con problemas de concentración quisiste ser policía; luego, de adolescente, las burlas y vaticinios de error no mermaron tu tenacidad ni cambiaron el rumbo que querías para tu vida. Te hiciste parte del Cuerpo y más aún del área de investigaciones con la que soñabas. Quince años después no hay un solo día en que no te arrepientas de haber sido tan constante con lo que más querías en el mundo. Supongo que no hay que confiarse demasiado de los propios sueños, pensó.
- una mujer que recogía basura en el río a la altura del puente Sánchez Cerro encontró un cadáver.
- Buen día, Marielita
- Buen día, detective. ¿usted maneja?
- Claro, es mi carro. Más bien ¿crees que en el camino…
- Ya se lo he dicho, no voy a enseñarle a tapar sus cochinadas
- Bueno, vamos.
continuará (supongo)...

martes, 20 de octubre de 2009

Subconjunto

A falta de textos, buenos son cortometrajes.
Un trabajo de Olga Castillo, Cae Burstein y este servidor.


viernes, 2 de octubre de 2009

Zamba para no morir

eternidad.

(Del lat. aeternĭtas, -ātis).

1. f. Perpetuidad sin principio, sucesión ni fin.

2. f. Duración dilatada de siglos y edades.

3. f. Rel. Posesión simultánea y perfecta de una vida interminable

5. f. Rel. Vida perdurable de la persona después de la muerte.


Mercedes Sosa forma parte del inventario de nuestras vidas, incluso sin que hayamos reparado concientemente en ello, incluso sin que estemos de acuerdo. Como el rostro del Che Guevara, como Macondo; su imagen de matriarca serena durmiendo a sus hijos con cantos real maravillosos de una América unida e indoblame, su voz firme y conmovida capaz de reverberar hasta en las paredes de los corazones más indiferentes, sus brazos extendidos invitando al mundo a su utopía en forma de folklore. A manera de un vinilo que sonaba en domingos familiares, como el sonido inubicable de una radio perdida en la madrugada o mediante una amiga que nos presta un disco con actitud casi religiosa y con eso nos enseña un mundo; un recuerdo, un deja vu y gracias la vida que me ha dado tanto. De mil maneras, ha estado ahí.

Dicen que ya murió. ¿Pero cómo se muere lo que es eterno?

Repartida en el aire a cantar... siempre.


jueves, 1 de octubre de 2009

Fiesta de graduación

Otro fragmento de una novela inédita que probablemente se quedará así por el resto de los días.

La encontró justo cuando estaba por rendirse. Sola en una mesa, Belén rehidrataba su entusiasmo con una copa de vino. Sergio se acercó en un zigzagueo que tenía tanto de nervios como de consecuencia del alcohol. Sabía que contaba con escasos minutos antes que ella fuera nuevamente insertada en el vaivén de la fiesta, así que preparó a la volada un discurso que combinaba contundencia con brevedad.
Olvidó todo al llegar a su lado.
Olvidó todo, menos lo que sentía.

- ¿Belén?
- Hey, Sergio. Felicitaciones
- A ti igual
- Terminó al fin
- …
- ¿qué planes para el otro año?
- Te adoro
- ¿Perdón?
- Que te adoro, desde el primer momento en que te vi entrar a clase de filosofía, con tu jean gastado y un polo que decíacon una inscripción que decía vintage girl. Te adoro desde ahí, y durante todos estos años de la manera más cobarde y silenciosa que al cabo viene a ser lo mismo. Y he besado a varias chicas, tuve una novia que me dejó por indeciso y otras tantas historias que no vienen al caso o quizá sí pero el hecho, Belén, es que te he querido siempre de la manera más cobarde y silenciosa ¿eso ya lo dije, no? Y no hablo de estar enamorado porque sería ridículo, pero tus ojos somnolientos, tus pecas como chispas de chocolate dispersas entre tu cuello y tu pecho y esa risa que pareciera destinada a instalar un segundo de encanto en medio de cualquier reunión han sido motivos constantes para quedarme en casa muchas noches, escuchando canciones tristes y pensando en ti aunque no hubiera otro motivo que el de tus ojos y tu risa y tus pecas. Verte todo este tiempo ha sido como ver una estampita, lleno de fe aunque con la certeza de que al final se trata de solo un pedazo de cartón o en este caso de una presencia lejana, indiferente, maravillosa pero insustancial. Quería que supieras esto, no es una declaración de amor ni mucho menos, se trata si quieres de un regalo de graduado por decirlo de algún modo en el que pueda entenderse aunque la verdad ni yo creo haberme entendido del completo.

- Nada de descansos, señorita, hay que seguir bailando – la voz del galán que venía a interrumpir su traba fue tan repentina que ni tiempo dejó para la cólera- lo siento, compadre, me la llevo -dijo el tipo sin mirarlo.
- ¿Por qué no ... –alcanzó a gritar Belén, antes de regresar a su fiesta. A su vida. Sin él.

Decirlo antes ¿Cuándo? ¿Horas antes? ¿Semanas? ¿Hubo acaso alguna posibilidad ahí donde siempre vio un idilio? Imposible saberlo alguna vez. Caminó con el vaso de Ron por entre mesas y sillas que lucían tan cansadas como los pocos graduados que ya no tenían fuerzas o ganas para continuar en el baile o acaso reposaban las piernas y los pies un momento antes de volver a las canciones y la celebración. Algunos se retiraban haciendo adiós mil veces antes de salir en un auto que los llevaba lejos y para siempre no solo de la fiesta sino de aquella edad que se iba un poquito más con cada tema que terminaba, mientras el siguiente se volvía recuerdo prematuro nada más al empujarlos hacia los movimientos cadenciosos, duchos o torpes dependiendo del estado de la borrachera y la habilidad innata del bailarín.
Al menos le dijo a Belén lo que sentía, no importaba si ella, al día siguiente, eliminaba el episodio sin la menor transpiración. Bastaban las palabras.
Algo es algo.
Entonces tuvo un breve instante de desconcertante lucidez. La forma en que había confesado aquel cariño tan inmenso era una metáfora perfecta para su patética mediocridad: Las cosas perdidas de antemano y sin el menor esfuerzo. Se quejaba de lo injusto del mundo que ignoraba su talento pero ¿qué hacía él para llegar a buen puerto? A cualquier puerto. Aceptaba cabizbajo la condición de imposible que adjetivaba cada uno de sus pasos. La música, la carrera, los sueños y Belén. Todas derrotas firmadas desde su cabeza y sin dar siquiera un patético manotazo de ahogado. Hundido desde siempre. Ese era el camino que le esperaba por el resto de su vida.
O no.
Ubicó el vestido color crema y la cálida figura que había debajo en una esquina de la pista de baile junto a un grupo de hombres y mujeres, todos lindos y ninguno enterado de sus tormentos. Mejor así, se dijo a la vez que emprendía un camino torpe pero irreversible. Por los gritos que dejó atrás, supuso que había tropezado con alguien. Luego se disculparía, pensó, primero la liberación del marasmo que tanto daño le causaba sin notarlo siquiera hasta ese instante de revelación y cambio sin olvidar también de una súbita declaración de sentimientos contenidos.

- ¿Belén?

Su amor -ya no imposible- volteó despreocupada al llamado. Estaba seguro ella que seguía bailando cuando la besó con una fuerza que buscaba ser tierna y locuaz. Por primera vez no le bastó con un sinsabor en los labios. Buscó el beso completo de un triunfo aunque fuese efímero, ahí estaba el breve triunfo del sinsentido en forma de beso torpe pero honesto hasta en el último segundo de aquella humedad compartida de cuatro labios, dos desprevenidos -pero acaso felices del atrevimiento ajeno- y dos que trasmitían desde ahí y para el resto del cuerpo de Sergio, el sabor incomparable de la felicidad que era eterna y hasta dolorosa.
Aunque esto último, en realidad, venía de otra parte.
No pasaron muchos segundos antes que un golpe en la nuca lo tumbe al suelo, patadas que entraban de lleno en su estómago. Gritos que ya no eran solo de algarabía y los pies diminutos de Belén que dudaban entre quedarse o salir corriendo. Más golpes ahora acompañados de lisuras que, supuso, estaban dirigidas a la masa feliz, en vertical y sin cubierta en la que se había convertido.
Qué chúcha, se dijo a la vez que miraba el remolino de zapatos a ras de su frente, mañana estaré mejor.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Fragmentos de una vida adulterada por la adultez

Párrafos sueltos de una historia que escribi hace dos años. El inminente cierre de un ciclo me anima a postearlos.

***
Hasta esa noche, la esquina no era más que un vértice anónimo, desprovisto de historias y atribulaciones. Tantos universitarios buscando un refugio para las noches de sábado, cientos que poblaban las calles de Santa Isabel y ninguno la había tenido en cuenta como cubil para emborracharse de manera digna y solapada. El hallazgo, entonces, era exclusivo de Los Pistones y, siendo más específicos, de Sergio que, botella en mano, guiaba a una tropa de cinco solitarios, cada quien en su propio y peculiar universo, rumbo a otro jueves sagrado. Desterrados voluntariamente de los bares aledaños, donde la música estaba siempre tan alta como para no oírla ni oírse, Los Pistones solían ir de jueves en jueves, de un lugar a otro para beberse un Ron, conversado entre cigarros. Errantes hasta ese entonces, una vez que acomodaron su fundillos gastados en esa porción de concreto virgen no cambiaron de lugar, al menos no para sus tácitas celebraciones a corazón abierto. La ubicación era perfecta, justo a mitad de un callejón oscuro a espaldas del Hotel Angolo, lo suficientemente oculta como para que lleguen ahí sólo los que debían llegar y convenientemente cerca para ver al resto de universitarios saliendo de sus casas y pensiones, comprando cerveza en el grifo o tomando un taxi rumbo a otra parte de la ciudad. Cuando Martín dijo que la esquina era como ellos pues se ausentaba del resto para seguir mirando el mundo nadie le hizo caso, siguiendo la regla tácita de hablar de asuntos importantes sólo mediante el lenguaje de la ironía o la broma cruel. Pero era verdad, a partir de esa noche, aquel rincón se convirtió en guarida de cinco tristes tipos que, sin el hallazgo de ésta, se hubieran condenado a deambular, cada jueves de su breve historia, en pos de un sitio reposado donde agitar sus pensamientos.
- ¿está bien acá?
- Sí, prepara el Ron de una vez

***

Para Los Pistones embriagarse no era sólo cuestión de injerir alcohol hasta perder el equilibrio, era un proceso más complejo que empezaba desde la colecta para comprar el Ron -el mejor sondeo para determinar la situación económica y anímica de cada uno, pues era usual que el melancólico de la noche coloque más monedas en el pozo común – el ritmo con el que tomaban dependía también de los ánimos y tribulaciones de cada jueves, en algunas ocasiones la jarra demoraba horas en vaciarse mientras que en otras acababan por mezclar el Ron y la gaseosa directo en sus bocas ante la indignación de Sergio y su concepción casi religiosa de la preparación del trago perfecto, aunque al final hiciera lo mismo entre risas atragantadas. Para Los Pistones emborracharse podía ser un medio para ser felices o un fin en su propia nostalgia, lo cierto es que rara vez bebían sin hablar, cada vaso estaba acompañado de confesiones, miedos y risas lo que no quitaba que, de cuando en cuando, alguno se quedase pegado con la mirada divagante en el horizonte mientras las rondas de alcohol seguían pasando de mano en mano, de historia en corazón. Para Los Pistones tomar en aquella esquina que habían hecho suya era lo más parecido a una terapia sin veredictos ni recetas. El Ron, por otra parte no era su bebida oficial por mera coincidencia. A diferencia de otros licores, aquel trago con pasaporte caribeño era aún considerado por muchos como una bebida inferior, satanizada al comienzo, denigrada luego y destinada por años a canteras donde el vino era muy respingado para entrar. Entre los alumnos de la Facultad tomar Ron era un acto menor, reservado sólo para casos de emergencia cuando el dinero no diese abasto para la cerveza o el whisky. Para ellos, no obstante, resultaba un miembro más de su cofradía de perdedores incomprendidos; el Ron, sin duda alguna, tenía un destino bastante similar al de Los Pistones, el de la minoría relegada que observaba entre trágica y burlona como eran otros los que se llevaban los laureles inmerecidos que ellos, por su propia desidia, ni siquiera llegaba a aspirar o beber.


domingo, 27 de septiembre de 2009

De una música, eterna locura: Breve charla con Daniel F

Si algo puede definir a Daniel F es una constante huída de las definiciones ajenas y de toda etiqueta que no sea la de la propia convicción, incluso cuando ésta resulta asesina del mito creado en torno a su extensa carrera. Es así que, cuando muchos proclamaban a Leusemia como estandarte del punk rebelde y contestatario, giró el sonido de la banda hacia terrenos más complejos a la vez que oficializaba su carrera como solista con discos de música triste y letras sacadas de un mundo propio y enigmático que, sin embargo, miles de seguidores siguen sintiendo como propio.
Y aunque he apreciado varias veces la entrega, el talento y el magnetismo con el público que entabla el F desde un escenario -ya sea liderando a Leusemia o en la intimidad de una guitarra acústica como toda compañía- la imagen que más recuerdo es aquella de Daniel -el rebelde, el ícono, el poeta- sentado en un parque miraflorino al lado de su novia, tomados de la mano y con un gesto de ténue tranquilidad en la mirada. Imagen que corresponde con la sensación de cuentas saldadas que dejan las palabras que, con sencilla franqueza, tuvo a bien en compartir conmigo a través de un par de correos electrónicos.
Sobre música y sobre la vida que al fin y al cabo son la misma cosa, con ustedes el señor Daniel Valdivia.


Mucha gente se sorprende al saber que, aparte del punk o el rock progresivo, muchos de tus ídolos son artistas como Bruce Springsteen, Rod Stewart y hasta los Bee Gees ¿de qué manera crees que ellos han influido en tu música o en tu manera de hacer música? Lo ke te influencia es la belleza, es la emoción. Te empuja a imitar a akellos ke han logrado emocionarte alguna vez. La belleza no tiene etiketa. Es bello y punto. Nos gusta y se acabó. Para algunos un cactus puede resultar desagradable; pero para otros puede ser una belleza botánica insuperable.

Y hablando de artistas que admiras y la influencia que ejercen sobre tu música siempre mencionas a cantautores como Serrat, Ubiergo y Silvio Rodriguez...En todo momento. Desde siempre la canción urbana, el canto de la intimidad, estuvo presente. Es imposible ke no esté caminando en mi vida, puesto ke siempre estuve de la mano de ese tipo de alteraciones. Mi drama no era el cómo cantar ese tipo de expresiones, sinó el cómo combinar todos esos colores y ke no se sienta fuera del bacín. Era poner a Ubiergo o a Salvatore Adamo, con un fondo de Back Sabbath.

Aunque muchas veces lo has negado no hay duda que tu carrera en general es icónica dentro de la histora del rock peruano. ¿qué te provoca eso? Por qué no creo que seas indiferente al hecho de que, sin duda, tu música no es pasajera. La verdad: solo me provoca agradecimiento. Porke es muy gentil de parte de la gente ke piensen ke lo ke yo hago "no es pasajero".

Precisamente esa trascendencia te da cierta autoridad para opinar sobre el rock peruano en donde muchos creen que lo auténtico está ligado a lo underground mientras que todo lo que ya goza de cierto reconocimiento es vendido. Tú mismo fuiste víctima de la intransigencia de algunos que vieron en tu repentina aparición en medios de comunicación y ese re descubrimiento que se hizo de tu música como una traición ¿Qué opinión te merece este razonamiento? Eso ya no existe. Antes era casi una religión condenar a kienes hacían uso de los medios masivos o de los patrocinadores comerciales. Pero ahora ya no. Es una raza ke se extinguió y la prueba está en –justamente- las herramientas de comunicación del ciberspacio: los foros, las webs elaboradas por fans, los sitios de Fanáticos, los Blogs… etc, etc… donde los chicos, en lugar de “ocultar” a su artista favorito, lo muestra! e intenta ke sea escuchado en todas partes del mundo. Ya no son los años donde el fan se molestaba si su artista favorito participaba de algún evento internacional o ganaba premios de la Industria. Ahora es al reves: el fan se molesta porke a su artista favorito NO lo han llamado para un evento importante o porke no le han dado un premio de la Industria. El nuevo siglo trajo toda esta nueva manera de pensar y enterró a todos esos minusválidos cerebrales ke creen ke la música debe ser un patrimonio egoísta realizado por cantantes y grupos tocando en precarias condiciones y sin ganar un solo sol por su trabajo. Eso ya fue.

Ahora que tocas el tema de las nuevas herramientas de comunicación que propicia el internet, tu uso del Facebook es casi diario ¿Qué te parece la posibilidad de contactar con gente solo con sentarte frente a la computadora?
Magnífico! Un sueño! Esta herramienta de enlaces colectivos es una de las mejores cosas ke me ha pasado.

Algo que tiene que ver, también, con la relación que tienes con tus seguidores. Una relación que, en tus conciertos, suele ser directa, un diálogo cercano, lleno humor, con amigos de toda la vida. ¿A qué crees que se debe esta empatía que sueles tener con la gente? No soy bueno para hablar. Por eso no voy a la tele o a la radio. No tengo ese talento de hablar bien kon el público. Si hay esa empatía, es más por el mismo público ke me brinda su complicidad, ke por alguna pericia en mi labia.

Quizá no hay, como afirmas, pericia en tu labia pero tu lírica sin duda es sobresaliente, tanto así que músicos en teoría disímiles a tu estilo como Gianmarco han tenido palabras de elogio sobre tus letras ¿tienes algún método de composición o es más bien algo incierto? ¿pules mucho tus canciones o eres más bien de dejarlas salir casi naturalmente? Noo… Hay ke trabajar muy duro. Cada canción tiene ke ser trabajada al máximo. Por eso me demoro tanto… No soy tan bueno komo dicen, peee….

De los discos de Leusemia, ¿con cuál te quedas? ¿A la mierda lo demás y su rock sucio y callejero o Hospicios con la complejidad propia del rock progresivo? ¿Cuál de tu carrera de solista? "Hospicios", ni hablar, pee... Es junto kon "El Zafiro de las Galas", el trabajo kon el cual me siento mucho más trankilo y realizado. Por la conjunción de armonías, melodías, riffs, letras, concepto.... Todo.

Cuando no estas sobre un escenario o componiendo canciones ¿Qué momentos llenan tus días? Primero ke nada: agradezco esos momentos. El poder darte un buen tiempo para conversar kon los amigos, el poder pasar horas frente al Facebook o al MSN… el poder ver películas y poder caminar kon mi novia. Puede sonar tonto o inútil, pero son bendiciones ke no dejo de agradecer.

Te acercas a los cincuenta años con una carrera extensa y un legado indudable. ¿Hay aún pendientes en la vida de Daniel F? Tengo una novia hermosa, 3 gatos ke joden komo la putamadre, una agenda llena hasta el próximo año.... Hermano: ya todos mis sueños personales se cumplieron.

Para terminar... puede ser un poco dificil, pero si tuvieras que elegir una frase tuya, un verso de alguna canción de las tantas que has escrito para ser recordado ¿cuál seria? Uuummm.... "a la mierda lo demás!"

Y aunque yo hubiese elegido de una música eterna locura, lo cierto es que la impresión, tras leer las respuestas del F, es la misma de aquella vez en el parque donde espié su cotidanidad, la misma que me dejaron los incendiarios conciertos de Leusemia y la que sigo obteniendo en la melancolía de sus discos como solista: la de un talento inmenso, quizá contradictorio pero por sobre todo honesto.
Tal como el tipo que hay detrás.





jueves, 17 de septiembre de 2009

Nuevo disco


Grabado entre marzo y junio del 2009 en estudios Mi Cuartito.

1.- Vieja historia, amantes nuevos (versión 1)
2.- Niña caracol
3.- Vieja historia, amantes nuevos (versión 2)
4.- Postal de ausencia
5.- Mirar atrás
6.- Vals
7.- Siete de marzo
8.- Monterroso
9.- Vodevil
10.- Cine negro
11.- Farewell my love

Descarga el disco aquí

Algunos temas (dale play nomás con confianza):
Monterroso


postal de ausencia


siete de marzo

martes, 15 de septiembre de 2009

Stone Cold Johnny

La noche serena y la luna iluminando parcialmente un bosque en cuyo corazón reposa una pequeña taberna. No hay más ruido que el de los insectos en su sinfonía noctámbula y el viento que ondea las hojas de los árboles adormecidos. De pronto, el delicado cristal de las horas calmas se rompe por el estruendo de metralletas y fusiles que destruyen todo a su paso. Al centro de esa anarquía de balas, gritos y persecuciones está John Dillinger, una suerte de Robin Hood de los años 30 cuya vida giró en torno a un solo propósito y una sola ley:

- ¿qué es lo que tú quieres, Johnny?
- Todo. Ahora

Desde La ley del hampa (Underworld, 1927), de Josef von Sternberg, el cine ha estado repleto de películas sobre gansters, historias de hombres viviendo en el destello peligroso de una navaja. El género ha dado obras maestras como El Padrino o Caracortada aunque en los últimos tiempos ha sido proclive a bodrios que abundaban en clichés ahí donde faltaban buenas ideas. Pero Michael Mann -un cineasta experto en crear situaciones de confrontación extrema donde polos opuestos no tienen otra salida que buscar en aniquilamiento total del bando contrario- logra con Enemigos Públicos (Public Enemies, 2009) acaso la mejor película de gansters de la década gracias a una revisión de los cánones de la época dorada del género: la dualidad del ganster -irrespetuoso de la ley pero fiel a sus convicciones- los secuaces y el respeto casi religioso a su líder, la policía como un ente torpe pero decidido y una ciudad temeorsa y enamorada al mismo tiempo del mito de un bandolero reivindicador. Elementos clásicos del cine gasnteril que, sin embargo, son presentados con una apuesta visual desafiante.
Ya desde Collateral Mann empezó a explotar las posibilidades del cine digital, apuesta que duplicó en la incomprendida adaptación de Miami Vice y que en Enemigos Públicos lleva al límite con resultados impactantes. Pero no se trata de un simple reemplazo del celuloide sino en el talento del director y su equipo para aprovechar las texturas que ofrece la tecnología y ponerlas al servicio del anarquismo imperante en la cinta. Así, tanto los primeros planos como las tomas abiertas, están filmados en constante movimiento como si la cámara -más que testigo lejano de la historia- fuese un cómplice de Dillinger y su carrera vertiginosa contra el tiempo y su propia necesidad de peligro.
Un Dillinger -retratado en el cine con anterioridad y sin trascendencia- que Johnny Deep interpreta con la frialdad de quien se sabe superior al resto y no precisa de mucha pirotecnia para demostrarlo. Y es que en lugar de hacer la típica representación del rebelde del cine moderno: gestos casi epilépticos y exceso de frases ingeniosas lo que Deep logra -merced de un correcto guión- es representar a su tocayo como un ser casi inmutable que rara vez perderá el control. Por otra parte Christian Bale, con su silencio dubitativo y la impenetrabilidad de su mirada, retrata la tenacidad errática de Melvin Purvis, encargado de atrapar a Dillinger. Y en medio de ellos Billie -novia de Dillinger- interpretada por la bellísima Marion Cotillard, a quien le basta una sonrisa perfecta para explicar por qué el ganster está dispuesto a dejar de lado su destino trágico por ella.
Con secuencias de acción memorables, poco tiempo para el análisis psicológico -pues son los actos de los personajes los que definen su esencia- y un ritmo trepidante que solo se pausa para crear más tensión, Enemigos Públicos es un acierto tanto como revisión de un género que parecía condenado al auto chiste como en la innovación de una propuesta estética que, en gente talentosa como Michael Mann, pueden darle un nuevo e interesante giro al cine contemporáneo.
Esta no la compres pirata, anda a verla al cine.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Perfección

Toda afición tiene un comienzo. Con El Nombre de la Rosa descubrí que las novelas pueden ser adictivas y al ver Casi Famosos me quedó claro que el cine toca hondo con una buena historia. Y así como del fútbol me hice fanático al ver un Alianza-Cristal en el 93, al tenis empecé a prestarle atención gracias a Federer.
Sin embargo no eran buenas épocas para el gran Roger. Tras la derrota ante Nadal en Wimbledon del año pasado, a la perfección suiza le tocó una época nefasta en la que perdió el número uno del ranking de ATP, perdió partidos inexplicables y perdió hasta la cordura frente a Djokovic rompiendo, impotente, su raqueta contra el suelo en el Masters 1000 de Miami. Todo mientras su archirival ibérico se convertía en el niño mimado de comentaristas, revistas de espectáculos y una aseguradora en la que siempre pensaba.
Sin embargo el destino del mejor del mundo no era otro que el de volver a la cima. Cuando algunos pronosticaban incluso su retiro de las canchas, Roger fue retomando de manera progresiva la confianza en sí mismo y en su talento incalculable. Y aunque muchos pueden alegar que su increíble recuperación - Roland Garros y Wimbledon incluídos- se debió en gran parte a la ausencia de Nadal por lesión lo cierto es que, independiente de posiciones en el ATP, la supremacía de Federer es indiscutible pues si bien el español es un jugador de potencia avasalladora, el suizo es la definición de excelencia en el tenis.
Porque todo deporte requiere de cualidades como la fortaleza o el ímpetu, pero cada disciplina tiene una escencia por la cual, unos pocos privilegiados, convierten un simple juego en arte.
En el tenis es la elegancia.
Que es sinónimo de Roger Federer.
Que ejecuta las jugadas más inverosímiles en una constante coreografía que hace lucir sencillo lo inexplicable. Ya sea en el saque, subiendo a la red o respondiendo a los balazos de sus rivales con un pincelazo de virtuosismo, Federer -que todo lo ejecuta y lo vive y lo celebra con una humildad apabullante- es acaso el equivalente moderno de genios como Da Vinci o Beethoven, es decir, seres humanos que vienen al mundo para tomar una disciplina y convertirla en algo sublime así sea por el breve instante que dura la disputa de un punto.
Éste, por ejemplo.



No se diga más.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tan insustancial, tan blue

Es madrugada y el frío es un aliado intermitente. Después de los cigarros y las risas y la cerveza y los amigos regresa a casa para darse cuenta que sigue solo. Que no hay un mensaje trasnochado esperando en el velador ni una última llamada como bote salvamadrugadas. Está solo y sus pasos hacia la cocina reverberan por entre las paredes indiferentes que duermen abrigadas por el cuadro de una niña leyendo una carta y un reloj rectangular con Jesucristo mirando el minutero. Ya van a ser las tres. Comprueba entonces que hay ocasiones en las que ni los libros de guerrilla o una tele con insomnio son suficientes para refutar la falta de alguien, de algo, de alguna. Ojalá me duerma pronto, piensa antes de rozar con los dedos manchados de nicotina una ausencia que sigue dándole la espalda. Intenta conversar con una sombra pero apenas recibe monosílabos compasivos como respuesta y será para mañana cuando todo mejore o empeore da lo mismo si falta alguien, algo, alguna. A veces el pesimismo es lo más consecuente por lo menos hasta que el cansancio se reponga y haga su puto trabajo de una vez y por todas y para siempre. Dormir. Olvidar. Todos los clichés de una tristeza que asoma los dientes cuando no hay más cigarros ni risas ni cerveza y los amigos ya dijeron chau.
En la pantalla un hombre domina a cien mil hombres con la batuta de su mano y la imposición de una voz eterna. Hay personas que no deberían morirse nunca. Hay madrugadas que deberían saltarse con control remoto. Y volver a sonreír entonces. Y volver a fingir que todo está bien.
Que amanezca, por favor.

lunes, 7 de septiembre de 2009

No culpes a la playa

Con cierto sentimiento de culpa empecé a ver Máncora vía internet. Un sentimiento de culpa basado en el dudoso pero constante argumento de "apoyar al cine nacional" dudoso porque muchas veces se usa de pretexto para tolerar bodrios y dudoso además porque la cinta en cuestión, a pesar de la nacionalidad del director, algunos actores y las locaciones utilizadas, es más producción española que peruana. Esto último me hizo recordar un artículo de Ricardo Bedoya sobre La mujer de mi hermano -coincidentemente la primera película de Ricardo de Montreuil a cargo también de Máncora- y su supuesta vinculación al cine peruano:

La nacionalidad de un filme está determinada por el origen de su capital. En este caso, la productora Shallow Entertainment es norteamericana y La mujer de mi hermano lo es también, aun cuando esté pensada para el público latino y su reparto sea multinacional. La regla del capital es la que se aplica en los festivales y concursos de cine, así como en las legislaciones nacionales

Este argumento, lejos de decepcionar al cinéfilo patriota que llevamos dentro, es para suspirar aliviados. Y es que al igual que la nefasta adaptación de la novela de Bayly, Máncora es una cinta por demás deficiente para no decir mala. Malísima.
Una película que se vende como la historia de redención de tres personajes que encuentran en una playa paradisíaca el lugar donde enfrentar sus demonios personales y que en cambio son poco más de 90 minutos de escenas fragmentadas, estereotipos acartonados, diálogos sin sentido -en el mal sentido de la palabra- y en suma todo el cliché sobre lo que significa ser un joven rebelde en busca de una "respuesta". Y claro, qué mejor idea que encontrar esa respuesta en una playa donde la libertad se respira en constante armonía con el mar y la arena. Aunque en Máncora ya apenas quedan porciones de arena libre de publicidad y bungalows... en fin, volvamos al film.

La historia se plantea como una road movie que empieza en Lima la gris y termina en el cálido norte. El escape que emprende Santiago (adivina: problemas de conducta, frío de emociones, peleonero) junto a su hermanastra Ximena -uy, huele a "incesto"- y el pelmazo de su marido. En el camino -un paisaje totalmente desperdiciado- se tropiezan con un brasileño fumón, un pescador que odia a los limeños y otros tantos personajes que -sin identidad- deambulan por una historia que pretende asociar el crecimiento de un chico en base a porros, borracheras, peleas sin sentido y un romance "prohibido" por las buenas costumbres. Más o menos lo mismo que nos contó la ya clásica Y tú mamá también, cinta que sin llegar a ser buena al menos tenía un verdadero hilo conductor por el cual el viaje -de los personajes y el nuestro- no era en vano. Máncora, en cambio, anula cualquier posibilidad de reflexión merced del vacío que hay detrás de su historia.
En este punto algunos podrían decir que la intención de Ricardo de Montreuil quizá fue hacer una cinta divertida, sin mayor objetivo que hacernos pasar un buen rato. Este argumento -que asusta tanto a los críticos snob que en el mundo hay- no es para nada desdeñable y por el contrario, una película que divierte bien tiene tanto valor como una que crea interrogantes. Lamentablemente Máncora, sin la estupidez graciosa de films como Mañana te cuento (vacuo pero entretenido) aburre con un ritmo cansino, secuencias cuya duración doblan lo que el criterio común aconsejaría y, otra vez, la misma intención de vendernos caras apesadumbradas y mandadas a la mierda -con su posterior ratito de soledad- como sinónimos de real conflicto.
Pero en otras películas peruanas -o españolas, ve tú a saber- donde la trama fallaba por no tener un trasfondo que cohesione las escenas siempre nos quedaba un consuelo: La infaltable dosis de erotismo. Un erotismo barato y más bien tirado a la arrechura que sin embargo, justificaba en algo el tiempo perdido. Pero Máncora pierde también en ese rubro pues la química entre Elsa Pataki y Jason Day (a quien ya intentan vender como el nuevo Christian Meier) es casi nula y las escenas de sexo son tan excitantes como la teta de una estatua. En plena era de la fragmentación (Busca en Youtube: Máncora, sex, scenes) donde ya no es necesario soplarse una película entera para llegar ahí donde queremos esto resulta imperdonable.

¿Qué nos queda entonces? Algunos críticos se han apresurado en afirmar que, bueno pues, la historia no es tan buena pero la fotografía y el trabajo técnico es espectacular. Cierto, en cuanto a la parte formal Máncora es impecable pero ¿No es lo mínimo que se puede esperar de una producción que manejó un presupuesto ciertamente holgado para los estándares latinoamericanos? ¿La corrección basta para salvar una película? Sería como celebrarle a un jugador profesional el hecho de que pueda parar un balón o darle cinco estrellas a un disco sólo porque la parte del bajo se ejecutó sin errores. Salvo en casos concretos donde lo visual tiene, intencionalmente, tanta importancia como el fondo de la historia -llámese Sin City o 300- lo técnico siempre será un elemento que sirva como molde para llenar de la mejor manera un argumento. Un elemento necesario pero no trascendental al momento de calificar una película. Así que ni con esas a Máncora le alcanza y ya en tal punto sólo podríamos hablar de un afiche simpático o un trailer inquietante.
Como dije al comienzo, la película la empecé a ver por internet pero el sentimiento de culpa desapareció a la media hora. Me he ahorrado una entrada al cine y un disgusto mayor. De cualquier manera cada quien tiene la última palabra así que vayan nomás a verla y saquen sus propias conclusiones. Para los que no, ahí les dejo un par de videos de Elsa Pataki y Jason Day.
Debería bastar con eso.



viernes, 4 de septiembre de 2009

It´s all connected, my cholo

No contento con el tema de la Diablada, Evo Morales vuelve a barajar la situación cada vez más caótica de su país –siempre a borde de una nueva insurrección- y de paso seguir con eso de joder al Perú y en concreto a nuestro mandatario regordete con un nuevo reclamo: El Ekeko es boliviano, senorsh dicen que dijo desde La Paz.
Ya antes, los excesos de Morales fueron respondidos desde Lima por diversas figuras de nuestro bizarro mundo político y es que, sea en Bolivia o Perú, nada mejor que un escandalete sin sentido para distraer a la opinión pública de temas que no venden pero trascienden. Sin embargo, al reciente exabrupto del Ekeko, la respuesta vino del lado menos pensado, del otro lado en realidad.
Carlos Cacho, armado con una sonrisa pícara y un peinado incalificable lanzó el grito al cielo y en vivo y a todo color: Cómo es posible que una persona tan ignorante sea el presidente de Bolivia. Que Bolivia se quede con su Ekeko. Las personas que creen en eso son unos ignorantes. Las reacciones, por supuesto, no se hicieron esperar.
Así mientras algunos secundaron las palabras de Cacho, otros – y no pocos, muchos en realidad- no tardaron en calificarlo de metiche, atrevido, poco informado, faltoso y…. redoble de tambor… RACISTA.
Leer ese calificativo en el comentario de algún bloggero indignado me hizo recordar la entrevista que hace unos días le hiciera Beto Ortiz al columnista de Correo, Andrés Bedoya Ugarteche a raíz de su reciente galardón como el periodista más racista del planeta. Las palabras del arequipeño levantaron la misma ola de indignación y dedos acusadores.
Y, bueno, es cierto que al vejete le patina el coco y que muchas de sus declaraciones son, citando a Manolito el de Mafalda, no sólo estúpidas sino peligrosas; pero dentro de toda la verborragia del periodista hay cosas que –vistas sin esa falsa indignación que tanto nos gusta a los peruanos- vale la pena tomar en cuenta.
Por que a fin de cuentas, ¿de qué va el racismo? O mejor dicho ¿de qué NO va el racismo?
¿Calificar a un una persona ignorante de ignorante es racista? ¿Decirle salvaje a un miembro de una tribu en la selva es racista aún cuando hay concordancia con la definición que da la RAE sobre salvaje?
Por el contrario ¿No es racista quien se escuda en eso de la opresión del blanco y la injusticia social para disimular la poca capacidad que tiene o, peor aún, para atizar intereses que no guardan relación alguna con la supuesta reivindicación de los indígenas?
Uy, dije indígenas. Soy racista. Bájame el dedo, ponme la cruz.
Y es que en el Perú existe una tendencia a rasgarse las vestiduras con temas como éste que responde más a una necesidad de estar en paz con la conciencia –y de paso con todo el mundo- que con una verdadera voluntad de integración. En el Perú –cito a Tony de Pataclaun- todos choleamos, de arriba a abajo, de abajo a arriba, de costa a sierra y de sierra a selva. Claro que eso lo decimos en voz bajita o con miradas de asco camufladas. Luego comentamos sobre el genocidio en Bagua –sin saber la definición de Genocidio y sin haber pisado nunca Bagua- para sentirnos muy open mind, democráticos y plenos. La misma sensación que da vapulear a un conductor de televisión o pedir la hoguera para un columnista.
Pero en verdad, ¿cuánto se hace por la integración de los grupos sociales menos favorecidos? Porque existen y vienen sufriendo desde hace décadas de algo mucho peor que el racismo mal concebido: la postergación de sus necesidades.
Quizá si en vez de jugar a ser la voz de gente que no conocemos en realidad, si en vez de creer que el respeto a las personas pasa por tenerles lástima (y desde lejitos, además) y evitar llamar las cosas por su nombre procuramos un poco más de sinceridad como primer paso a una integración que –bromas aparte- necesita darse de una buena vez, la situación mejore tantito.
De lo contrario, amigos, es mejor quedarse callados.
De lo contrario, siempre nos quedará Cacho.