martes, 18 de agosto de 2009

Nada queda eterno


Porque Harina Blanquita pone cariño a sus postres. Camino. Mis pasos resuenan en el piso. Eso me gustaría decir. Pero no escucho otra cosa que la disonante melodía de las combis y todo lo que a éstas atañe. Sigo. Cuadra doce y falta poco. Detergente Campeón que a todas las manchas vence. Cuadra trece, ya casi está. Mi memoria rutilante se castiga y regocija a la vez y mezclado. Recuerdo. Clase de Marketing. La mañana era extrañamente fría. Un video con intenciones de renovarnos la vocación. Reportaje: Historia de la publicidad televisiva en el Perú. Evoco ahora que fue entonces cuando me enamoré de ella. Alguien me interrumpe.
-cinco para las siete, señor.
-gracias, flaco.
Reingreso a las cavilaciones. Vean ustedes cómo se hacían los anuncios antes. El mundo en blanco y negro y en vivo y trasmitiendo en simultáneo a todo el Perú. La hora del millón gracias a Cerveza Real, piensa en cerveza piensa en Real. Logos de cartulina y mujeres de sonrisa pulcra. Modelos improvisadas pues en aquel entonces no existían las agencias que reclutaban adolescentes para exponerlas al mundo. Cuadra catorce. La televisión peruana del ayer. Los rostros más famosos. Cruzo en rojo cuidado conchatumadre me grita alguien. Miro el reportaje. Miro sus piernas y algo se torna incandescente. Ahí en el video. Ella sonríe-efecto-me enamoró de una mujer que era perfecta hace medio siglo.
Pepita Gasteluméndiz. De las mejores y más conocidas. ¿El edificio los Portales por favor? Izquierda, dos cuadras, gracias. De secretaria a modelo. Grabó un par de telenovelas en México. La que hacía los anuncios más atrevidos. Primera en usar bikini frente a cámaras. Cigarrillo en la boca labios de flor. Romances inventados. Dos maridos. Trece pisos. Departamento seis. Ésa es amiga de mi vieja, dijo el chato. Esta buena todavía (risas consecuentes). Uso las escaleras para prolongar la travesía de mi temor y arrechura que a larga es la misma cosa. Arrugada pero buena, dijo el chato. A veces va a la casa a pegarse unos tragos con mi vieja y sus amigas. Gasteluméndiz. Pepita. Cómo diablos llegué hasta acá.
El fulgor de su cara vendiendo Inka Kola. Los anuncios se filtran en mi cabeza que solo retiene sus dientes perfectos, sus muslos no insinuados, su busto progresista. Busco al chato a la salida. Hazte una, mi estimado, ¿dónde vive esa tía? Yo te explico luego para qué la quiero. Ahora te gustan mayorcitas ¿eh? Cuadra quince Los Portales. Está sola y medio loca, dijo el chato que dice su vieja. Ya ve tú en lo que te metes. Toco la puerta.
Esperaba que no abra. O que abra y que de pronto todo se haga blanco y negro. Entonces Pepita sería joven y conspicua para escuchar vinilos de Manzanero junto a mí.
- ¿Qué desea, joven? ¿joven? ¿hola?
- Este… verá, soy alumno de La Católica….
Todo iba bien, pensaba, qué buen amor idílico me había agenciado, creía. Habrían bastado los viejos recortes de Gente y Caretas que ella me fue mostrando. Me imaginaba regresando cada jueves por un café de media tarde y hasta una copa de vino tinto y bucólico. También corrérmela pensando en ella, solo en mi cuarto y a blanco y negro. Pero entonces Pepita Gasteluméndiz, la modelo más sensual de los cincuenta, sonrisa demacrada -aún está buena, arrugada pero buena- jaló una línea de coca que sabe dios en qué momento colocó sobre la mesa, aspiró con fuerza y dejó su nariz respingada desafiando al techo por un instante. Luego levantó su inconsecuente falda de jean negro.
-¿Quieres fornicar?
Y entre los pliegues oscuros distinguí dos piernas, arrugadas y temblorosas, que se abrieron torpemente reclamándole a su dueña la falta de cordura. Quieres fornicar, dijo como quien recita un slogan atemporal de televisión. Salí a toda prisa mientras escuchaba los últimos reclamos de una voz ronca y desfasada.
Lloro y pienso que no queda nada eterno. En Lima hace rato que se murieron las leyendas.
Vieja loca.

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