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Parada en la ventana me hizo recordar una canción. Silbé mentalmente. Qué rica eres debí decirle pero en cambio silencio, malditas sean las noches desveladas con una lucecita roja como un parque entero, caminar a solas entre discos de vinilo es privilegio de pocos, menos yo. Todo eso debí decirle o al menos qué rica eres. Callé una, dos, siete, seis y nueve veces. Parada sobre la ventana dejaba que el fósforo se siguiera consumiendo. Me ardían los labios de no decir nada.
Cuando llegó la policía apenas pude recordar que la conocí en el Yacana, bailando Soda Stereo. Recordé también que nunca había visto a mi abuelo y tuve una erección al bajar corriendo las escaleras mientras ella gritaba “más rápido que nos alcanzan”. No tuve tiempo de rescatar el cheque al portador de mi último trabajo ni el saxofón que siempre quise tener. Sí en cambio muchas pastillas azules que son las mejores cuando huyes de la policía. Eso dicen las instrucciones.
Faltaba un piso para llegar al infierno cuando el súbito deseo de ser un hombre bueno se inyectó en mi columna vertebral. La empujé con fuerza contra la pared y le dije esta vez será a mi modo. La sorpresa en sus ojos brilló a través del flequillo, quiso oponerse y un hombre bueno le golpeó la frente con un puño seco y resucitado. No volvió a mirarme, en cambio se bajó los pantalones –esta vez con nitidez- y me apretó entre sus piernas como quien mata un grillo a media noche. Al terminar, sabía que sería mi mujer para siempre y que, tras matar algunos policías, saldríamos adelante hacía un futuro lleno de luces y esperanza.
¡Bang Bang! Dice el arma y todo se hace claro. ¡Bang Bang! Y su flequillo se ve hermoso entre los óleos de tanta sangre.
Cuando llegó la policía apenas pude recordar que la conocí en el Yacana, bailando Soda Stereo. Recordé también que nunca había visto a mi abuelo y tuve una erección al bajar corriendo las escaleras mientras ella gritaba “más rápido que nos alcanzan”. No tuve tiempo de rescatar el cheque al portador de mi último trabajo ni el saxofón que siempre quise tener. Sí en cambio muchas pastillas azules que son las mejores cuando huyes de la policía. Eso dicen las instrucciones.
Faltaba un piso para llegar al infierno cuando el súbito deseo de ser un hombre bueno se inyectó en mi columna vertebral. La empujé con fuerza contra la pared y le dije esta vez será a mi modo. La sorpresa en sus ojos brilló a través del flequillo, quiso oponerse y un hombre bueno le golpeó la frente con un puño seco y resucitado. No volvió a mirarme, en cambio se bajó los pantalones –esta vez con nitidez- y me apretó entre sus piernas como quien mata un grillo a media noche. Al terminar, sabía que sería mi mujer para siempre y que, tras matar algunos policías, saldríamos adelante hacía un futuro lleno de luces y esperanza.
¡Bang Bang! Dice el arma y todo se hace claro. ¡Bang Bang! Y su flequillo se ve hermoso entre los óleos de tanta sangre.
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